febrero 17, 2010

Juguetes rotos

Un relámpago iluminó por un momento la habitación oscura. Oscura y vacía.

Vacía de gente, pero llena. Llena de sombras. Recuerdos que se arrastran por las paredes como delincuentes en la noche de la memoria. Recuerdos que se prenden de los restos abandonados de una infancia sin nombre.

Un relámpago en el espejo. Y a su alrededor una habitación que agoniza.

Una tormenta de soledades que golpea la ventana. Siempre lo han hecho, pero hoy… El agua de un olvido ajeno se escurre como quemando la piel de madera.

El soldado se ahoga en su uniforme gastado, en sus botas y en su sombrero cubierto de polvo. No sufre, porque no se acuerda. No se acuerda que fue héroe en tantas guerras, no se acuerda que existe un mundo más allá de su ataúd. No se acuerda cuántas veces ha muerto, porque no se acuerda que ha vivido. Su cara de plomo es una melancolía indiferente. Ya no se acuerda porqué la tiene así.

El oso de felpa está ciego de un ojo. Era el ojo que daba a la ventana. Desde que no tiene más su ojo, se ha resignado a no ver nada. El sol era la única realidad para él, y ya no está. El oso de felpa se rehúsa a mirar hacia adentro. Adentro sólo quedaron el polvo y el olvido. No hay nada dentro que el oso de felpa quiera ver. Con su ojo, se ha perdido todo lo que le quedaba. A veces le dan ganas de arrancarse el otro. Ya no lo quiere. Pero siempre cambia de opinión. No quiere admitirlo, pero aún no se ha rendido. Muy dentro de su corazón de goma espuma, aún cree que los días de sol pueden volver. Ni siquiera pide que le devuelvan su ojo perdido, arrancado, robado. No, ni siquiera eso. Sólo quiere que lo sienten al revés. Si pudiera sentarse al otro lado, podría ver por la ventana con su otro ojo. El oso de felpa todavía tiene esperanzas.

El tren, los ladrillitos, la pelota, las bolillas. El silencio que sólo puede provocar la muerte. Un silencio eterno. El silencio de los vivos que ya no tienen ganas de vivir. El silencio de uno más que cerró la puerta para matar su infancia. Un silencio de muerte.

Ella aún espera que él vuelva. Lo amaba, lo amaba sin remedio. Ella siempre lo amó, aunque él nunca la quiso. O tal vez sí, pero nunca se atrevió a tocarla… demasiado frágil. La porcelana es demasiado frágil. Sus rizos rubios parecen canas. Ha pasado mucho tiempo. Pero sus ojos de vidrio todavía tienen su imagen grabada en el fondo de sus pupilas azules. Ella siempre lo amó. Y la inconsciencia, o la locura, la hicieron creer que podría ser más que una muñeca. Nunca pensó que él podría buscar alguna vez algo más allá de su mundo de fantasía. Más allá de ella.

Un relámpago iluminó por un momento la habitación oscura. Oscura y vacía.

Su cara es dura e inexpresiva, qué no daría por poder llorar. Pero en una habitación oscura y vacía, las lágrimas pueden correr sin avisarle a nadie, sin que nadie las vea. El corazón duele, y no hace falta tener ojos para llorar. La muñeca de porcelana llora. Porque él ya no está. Porque él ya no vuelve. Porque él se enamoró de otra.

Porque él se enamoró de la realidad.

La muñeca de porcelana llora… Y nadie la ve.




Anna.

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