febrero 17, 2010

Gustavo

Te veía con estos ojos de niña y no entendía. No entiendo. Aunque, hay algo de mágico en no entender. Algo de mágico y algo de miedo.

- Bienvenida al juego –me decís, y parece que me estás diciendo “bienvenida al mundo”. Y yo que siempre hasta entonces había vivido en las nubes. O bajás, o bajás, que no sabés de lo que te estás perdiendo. Ja, sí, siempre me perdí de algo.

Y vos que siempre te quejabas de viejo... si a veces parecía que la vieja era yo, cuando vos te matabas de risa y yo dudaba. Lo que daría por quitarte de encima unos cuantos años y cargármelos al hombro para usarlos de vez en cuando.

Es muy loco, ese mundo tuyo. No lo entiendo. A veces quisiera que en lugar de pedirme que baje, te vinieras volando hasta aquí. A veces me pregunto si no te lastima, tanto mundo, y me preocupo por vos… que después te dejás ver con ese asomo de sonrisa abrillantada en la comisura de tus labios secos para convencerme de que no es así.

No es así, no es así, no es así.

Definitivamente, de algo tuve que haberme perdido.

De todas formas, sé que por más que nunca termine de bajar del todo, podemos estar cerca. Podemos, lo estamos. Creo.

Sólo hace falta tu meñique, el mío, y ganas de estirar los brazos. Ganas. Ganas de ser yo, ganas de ser vos, ganas de querer llevarnos bien. Ojalá nunca seas tan viejo como para perder las ganas de eso. Ojalá nunca lo sea yo.

No sea que dejes de llamarme nena, y entonces yo me dé cuenta que de verdad lo soy. Siempre lo fui.

Te quiero.



Anna.

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