diciembre 28, 2016

Una palabra

Una palabra no dice nada
y al mismo tiempo lo esconde todo
igual que el viento que esconde el agua
como las flores que esconde el lodo.

Una mirada no dice nada
y al mismo tiempo lo dice todo
como la lluvia sobre tu cara
o el viejo mapa de algún tesoro.

Como la lluvia sobre tu cara
o el viejo mapa de algún tesoro.

Una verdad no dice nada
y al mismo tiempo lo esconde todo
como una hoguera que no se apaga
como una piedra que nace polvo.

Si un día me faltas no seré nada
y al mismo tiempo, lo seré todo
porque en tus ojos están mis alas
y está la orilla donde me ahogo.

Porque en tus ojos están mis alas
y está la orilla donde me ahogo.

Carlos Varela
https://www.youtube.com/watch?v=0KUMxmoEl1U

diciembre 12, 2016

No reconozco tu sonrisa,
junto a la de ella.
No reconozco tu flequillo,
ni tu hoyuelo,
ni tus anteojos,
ni tu barba,
no conozco tus ojos
con otro brillo
y una remera celeste,
como su nombre
tatuado en tu piel,
no te conozco,
no sé quién sos,
el hombre que amo
no sos vos.
"Dicen que algunos nacen con estrella. Quizá fuera ese mi caso. Tuve todo lo que quise, cuando lo quise, como lo quise. Mi vida fue perfecta de muchas maneras. Pero vos no entendés, entonces, cómo yo digo que podría haber dado toda esa perfección a cambio de un poco de felicidad. No me juzgués: no soy un ingrato. Pero este monstruo que llevo adentro como un órgano vital me hace funcionar así. ¿Y qué ibas a entender vos, ser de la luz, de los que nacimos del lado oscuro de la luna? Nuestras manos están llenas, pero nuestros corazones, vacíos."

diciembre 01, 2016

A lo mejor no vengas.
Pero a lo mejor sí.
A lo mejor estás bien así
Pero a lo mejor no.
A lo mejor, como yo
te andan consolando otros besos
a lo mejor sólo promesas
de momento.
A lo mejor soy ilusa,
como siempre,
ya me conocés,
pero también es cierto
que conozco más que nadie
tu orgullo
y que quizá vengas
en algún momento oscuro
de la noche, quizá
escondiéndote de todos
escondiéndote de ella
como escondida yo te escribo
consolándome con cartas en botellas
con historias de novelas
con reencuentros en otras vidas
quizá, si te conozco,
quizá, hoy vengas.
Y aunque no pueda decir tu nombre
en estas cuatro paredes,
donde nos condenan,
me vas a escuchar gritando
con toda mi alma
en cada uno
de todos estos poemas.

Anna.

noviembre 30, 2016

15 años

Creo que nada nuevo te digo
diciendo que lo que por ti siento
por nadie jamás he sentido
que por tenerte a mi lado hoy
te estaré siempre agradecido.

¿Recuerdas aquél frío julio
en que te hube conocido...?
Aquella graciosa historia
que nos hubo acontecido...

¿La recuerdas, pekeña...
mejor amiga, de la hermana, 
de mi mejor amigo?

Diez meses pasaron ya, 
de lo que en aquél julio
había sucedido...
y hasta hoy no he sentido,
lo que por ti, en este tiempo,
por nadie más he sentido.




N.

noviembre 27, 2016

Quizá si te busco
en ese patio de colegio
o en la escuela de música
o a lo mejor en la facultad de arte
quizá si te busco
en los jardines de cine
(querrás saber, ahora tienen 
flores rojas)
quizá por las calles donde
te seguí hasta un piso siete
un día de lluvia
o quizá si voy hasta Córdoba
a preguntarle a Serrat
quizá él te haya visto
y pueda decirme 
dónde encontrarte
este primero de diciembre.
Es mentira
que has desaparecido
es mentira
aunque me digan loca
o enferma o qué sé yo
todo es mentira
no te has ido
acá siguen tus dados,
tu buso negro de lana,
está tu letra con patitos
en todos mis libros.
Y estoy yo,
ardida como un incendio
congelado por dentro
escribiendo cortado
porque no puedo
ni caminar derecho
desmitiendo a los que me dicen
que vos ya no existís
que te fuiste muy lejos;
les digo: es mentira
yo lo sueño 
todo el tiempo
me pregunta cuánto más
voy a tardar en encontrarlo
que todavía no he dado
con nuestro lugar correcto
que me apure, 
que se aburre,
que no tiene a quién contarle
sus cuentos.
Y no importa cuánto digan
que me voy a morir de esto
algún día en alguna calle
me vas a estar esperando
y quizá de nuevo seamos
felizmente infelices
no importa
aunque esté loca
te sigo buscando.

Anna.

noviembre 26, 2016

Ahi mi amor



Voy a negarlo siempre
incluso a Dios
que el pensamiento vuelve
vagando hacia vos,
que vuelve a buscarte
y a esos buenos recuerdos
agotándome de nuevo,
por malos y necios.

Y pienso a la noche
que aquí sola duermo
en vos ahí sabiendo
que aquí sola muero
¿quién sabe a qué brazos
hoy no habrás regresado?
Me repito ahora
no me has amado.

Me canta el corazón
eso no era amor.

Pero ay, mi amor
de esa, nuestra historia yo...
ay, mi amor,
no entiendo más nada.
Ay, mi amor,
esta duda quedará siempre
me preguntaré hasta la muerte
si me habrás amado
o tal vez no.

Me acuerdo en diciembre
de la nieve, la gente
y vos en el tráfico
tan lento, irritante
bloqueando la cuadra
apagaste el motor
para decirme ¿no ves
que yo muero de amor?

Las bocinas sonaban
como desquiciadas
y nosotros sin escucharlas
en otro mundo
nos besábamos.
Pero aquel Año Nuevo
me dejaste esperando
jugando quizá
algún otro engaño.

E insinúa el corazón
eso no era amor.

Pero ay, mi amor
de esa, nuestra historia yo...
ay, mi amor,
no entiendo más nada.
Ay, mi amor,
esta duda quedará siempre
me preguntaré hasta la muerte
si me habrás amado
o tal vez no.

Y después de muchos meses
en los que estuve mal
en los que no sabía
si dormir o rezar,
decían los doctores
"es que ella lo quiere"
hay un hilo tan fino
entre el corazón y la mente.

Una vez de repente
te vi cerca mío
entre la noche y el día
después de un largo camino.
Mas cuando quise
empezar a sonreir
giré la cabeza
y no estabas más ahí.

E insiste el corazón
esto no era amor.

Pero ay, mi amor
de esa, nuestra historia yo...
ay, mi amor,
no entiendo más nada.
Ay, mi amor,
esta duda quedará siempre
me preguntaré hasta la muerte
si me habrás amado
o tal vez no.

Mina
Adaptación de la letra al español por Anna.

Canción original: "Romance de Curro el Palmo" de Joan Manuel Serrat
https://www.youtube.com/watch?v=rLEa6EsX6As

"Ay, mi amor
sin ti no entiendo el despertar
ay, mi amor
sin ti mi cama es ancha
ay mi amor,
que me desvela la verdad
entre tú y yo la soledad
y un manojillo de escarcha."

noviembre 25, 2016

Si alguna vez vuelvo a nacer, vida,
haceme pájaro
para que pueda volar hasta él
volar a su lado
de alguna manera
alcanzarlo.
Si alguna vez vuelvo a nacer, vida,
haceme violín
para tenerlo cerca siempre
para que nunca me deje
Si alguna vez vuelvo a nacer, vida
haceme mujer a su altura
haceme carne de su carne
reflejo de su reflejo
haceme mujer de música
y a lo mejor con eso
si alguna vez vuelvo a nacer, vida,
llegue por fin a amarme
hasta el fin del universo.

Anna.

noviembre 21, 2016

Elegí mi soledad.
Por un proceso monstruoso
que quizás podría revelar
sólo un sueño soñado dentro de un sueño...
Mientras tanto, estoy solo,
perdido en el pasado.
(Porque el hombre sólo tiene una época en su vida).

Pier Paolo Pasolini
"Las hermosas banderas"
Poesía en forma de rosa


"Y sin embargo"
Joaquín Sabina

noviembre 16, 2016


Marilina Bertoldi
"Feeling good"

Una carta de amor

Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo
como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,
todo eso es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.

Julio Cortázar

noviembre 13, 2016

...Yo también te extraño mucho. Olvidate de todas las cosas feas que te tengo dichas y las veces que yo no te entendía. Solamente quiero que vuelvas. Quiero que estemos juntos por un rato aunque sea y quiero decirte que sos lo mejor que me ha pasado en la vida.

Nunca te gustó que yo te hablara así y cambiabas de tema o te agarrabas una rabieta y además siempre había otras cosas de qué hablar, como ser, las maldades del gobierno o lo caro que está todo y no hay plata que alcance.


Ahora yo no sé si vas a poder leer esta carta, pero igual siento como una necesidad de decirte que yo contigo he sido más feliz de lo que en los libros dice que se puede. Perdóname si tantas veces me anduve quejando por bobadas.

Un día me dijiste que yo tenía cara de mujer a la que siempre se vuelve y yo te espero ahora o cuando sea y donde sea y como sea. Quiero que sepas."

Eduardo Galeano
La canción de nosotros

noviembre 11, 2016

Hay algo ahí dentro que me está matando, matando, matando.
Pero decime desde cuándo se necesita tener alma para vivir,
si podemos arrancarnos las tripas y echarlas al viento,
usarlas de bandera para conquistar islas desiertas,
voy a seguir viva aunque por dentro me muera.
Hasta que cambie el viento,
hasta que cambie el viento.

Anna.
https://www.youtube.com/watch?v=SBSnR4ZP2MI

noviembre 09, 2016

Hasta que tus amigos te digan que está bien.
Hasta que tu mamá te diga que está bien.
Hasta que tu hermana, tu papá, tus primos y sobrinas
te digan que está bien.
Hasta que tu profesor de canto te diga que está bien.
O hasta que te empiecen a quedar chicos
sus disfraces -como los míos-,
o hasta que Buenos Aires empiece
a ajustarte en el dedo su anillo.

noviembre 07, 2016


Chiara Bautista
https://web.facebook.com/chiarabautistaartwork?_rdr
Ella sentada en tus piernas
como un precioso arlequín
ya no sé cuántas veces me han dicho
"no, Anna, no es así"
"él no te merece,
vos sos, tanto mejor
él la va a matar a ella
igual que te mató a vos".
Pero y ella, ahí sentada en tus piernas
parece tan feliz
acaso de verdad la quieras
como alguna vez me quisiste a mí.
Esto es lo que merezco
por dejarte ir.
Soy sólo un libro mal hecho
debería consumirme en llamas
y que me vuelvan a escribir.
En alguna dimensión alternativa
donde estamos también vos y yo
te cruzo por una calle en San Telmo
y ahí mismo, hacemos el amor.
Alguien nos escribe un tango
y no hay familia, ni amigos, ni adiós
sólamente Buenos Aires,
sus calles, vos y yo.
Ella sentada en tus piernas
es un precioso arlequín
ella apretando tu mano
mirá cómo está de feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.
Tan feliz.

noviembre 03, 2016


He's there, inside my mind
I am the mask he wears,
but it's him they hear,
my spirit and his voice
in one combined.


"The Phantom of the Opera"
(2004)
Siempre decías que querías volar,
y sin saberlo te ganaste el cielo.
Pero si el cielo es Celeste
el amor debe ser el infierno.
Ahora entiendo todas esas veces
que me decías "soy ateo"
yo construí Babel
y caí bajo sus escombros
si el cielo es Celeste
yo debo ser color negro.

Anna.

noviembre 02, 2016

Sí, es cierto que ella existe
y es cierto que está ahí.
Es cierto que puede olerte el pelo
y tocar tu hoyuelo
cuando sonreís.
Sí, es cierto que ella puede
escuchar ahora tus manos
sobre las cuerdas del violín
o incluso tus ronquidos
de noche, cuando dormís.
Sí, es cierto que ella existe
y la tomarás por la cintura
todas estas noches tibias
encendido de primavera
muerto de ganas de vivir.
Sí, es cierto que ella existe
y en cada beso suyo,
a mí me gustaría morir.
Sí, es cierto que la culpa es mía...
y no me queda más que escribir.

Anna.

octubre 30, 2016

“Me alegraba de no estar enamorado,
de no ser feliz con el mundo. Me
gustaba estar en desacuerdo con
todo. La gente enamorada a menudo
se ponía cortante. Perdían su sentido
de la perspectiva. Perdían su sentido
del humor. Se ponían nerviosos,
psicóticos, aburridos. Incluso se
convertían en asesinos.”


Charles Bukowski
Mujeres

octubre 28, 2016

Ultrajaste
el único lugar del mundo
a donde podía ir a buscarte.
Con un poema bello
que jamás me dedicaste
me has abandonado
para siempre.

Si los dos ya sabemos
quién es el que va ganando
nunca fui buena en los juegos
mi error fue amar demasiado.


octubre 26, 2016

Celeste, como la remera que tenías puesta en esa foto
que te arrojé por la cabeza un primero de diciembre.
Celeste, como el acolchado donde hicimos el amor
tantas veces.
Celeste, como el resaltador con el que escribo tu nombre
al borde de las hojas en mis carpetas de la facultad.
Celeste como el traje de la última vez que bailé
para vos.
Celeste, como el cielo que tuvimos y perdimos.
Celeste, murmurarán tus labios de ahora en más.





octubre 24, 2016

Es lunes y tu cuerpo lo sabe.
Es lunes y se te está terminando el año, se te acaba la vida.
Es lunes, hay que recoger, de nuevo, una vez más, todos los pedazos tirados del fin de semana, de todos los fines de semana que fuiste dejando.
Es lunes y otra vez, hay que empezar de nuevo, construir de a poco, rearmarse, repetir jaculatorias, buscar autoconvencerse, volver a llorar lo llorado, volver a llamar, volver, una vez más.
Es lunes, falta todavía tantas materias, tantas escaleras, ¿para llegar a dónde?
Es lunes y hay que argumentar contra el espejo, de nuevo, como todas las semanas, tomar ese avión no tendría sentido, no me llevaría a ningún lugar, el año ya se acaba, como un precipicio, donde no sabés dónde vas a caer si saltás.
Es lunes, hay que soltar facebook, soltar su cara, con tantos likes, soltar el "en línea", como si fuera lunes de diez años atrás.
Es lunes. Hay que volver a la realidad. Hay que estudiar, hay que limpiar la casa, dar de comer a los gatos, ir al médico, mirar el armario y elegir taparse los pedazos con algo.
Es lunes y aunque el cuerpo se esté cayendo, de nuevo, hay que seguir viva un año más. Y quizás algún día, que no sea un lunes, amanezca menos rota, abrazada a un fantasma un poco más real.

Anna.

octubre 16, 2016

No existe un lugar a donde pueda huir de vos.
No existe un lugar donde te podás esconder de mí.
No existe un lugar donde estar juntos
ni existe tregua, un no-lugar, el olvido, un "esto ya lo viví".
Porque simplemente se abre una ventana
en Rosario, en Buenos Aires
y aunque vos no me estés leyendo
yo sé que estás ahí.

Anna.

octubre 13, 2016

Hay en todas partes una evidencia de su partida inminente, hay en esta lluvia que no para, en el frío, en los gatos, en el sabor de té, en todas partes. De a ratos me parece escuchar una música que nadie está tocando, una música que no existe. Hoy íbamos en el auto, y pasamos por ese monoambiente y me daban ganas de gritarle a mi mamá ¡pará! ¡pará ahora mismo que me bajo! ¡me bajo ya!
Pero y quién iba a estar esperándome. Si él no me esperaba ni cuando estaba conmigo. Qué me va a esperar ahora. Que me persiga su partida es sólo otra evidencia más de eso. Te vas a la gran ciudad, me vas a olvidar... quien sabe en cuantos brazos me vas a olvidar...
Pero es así. Si después de todo, la que te necesitaba era yo. La que te sigue necesitando, soy yo. "El amor no es así" me dijiste vos y te fuiste y me dejaste tantas veces. "El amor no es así". ¿Y cómo carajo es el amor entonces? Si mi forma de quererte estaba mal, si acaso sigue estando mal, qué más da que te vayas, otra vez, que te vayas. Si al fin y al cabo "el amor no es así". Y no sería así ni aunque te quedaras para siempre.

Anna.

octubre 11, 2016

Amé a una mujer que también me amaba, pero la tuve que abandonar.

¿Por qué?

No lo sé. Era como si estuviera rodeada de un grupo armado, cuyas lanzas apuntaban hacia afuera. Cuando me acerqué entré en su radio de acción, fui herido y tuve que retroceder. He sufrido mucho.

¿La mujer no tenía culpa de nada?

No lo creo, o mejor dicho, lo sé. La comparación anterior no era completa. Yo también estaba rodeado por un círculo de gente armada, cuyas lanzas apuntaban hacia el interior, es decir hacia mí.

Cuando intentaba ir hacia la mujer topaba primero con las lanzas de mi gente armada y no podía avanzar. Quizá nunca he llegado hasta el círculo armado de la mujer y si hubiera llegado lo habría hecho ya sangrando y sin conocimiento.

¿Se ha quedado sola la mujer?

No, otro ha podido penetrar hasta ella, fácilmente y sin impedimentos. Yo he mirado, agotado por todos mis esfuerzos, con indiferencia, como si fuese el aire a través del que sus rostros se rozaron en el primer beso.

Franz Kafka
Aforismos, visiones y sueños.


octubre 02, 2016

Un compañero de tragos

Conocí a Jeff en un almacén de piezas de automóvil de la calle Flower, o quizá de la calle Figueroa, siempre las confundo. En fin, yo estaba de dependiente y Jeff era más o menos el mozo. Tenía que descargar las piezas usadas, barrer el suelo, poner el papel higiénico en los cagaderos, etc. Yo había hecho trabajos parecidos por todo el país, así que nunca los miraba por encima del hombro. Salía precisamente por entonces de un mal paso con una mujer que había estado a punto de acabar conmigo. Quedé sin ganas de mujeres un tiempo y, como sustituto, jugaba a los caballos, me la meneaba y bebía. Yo, francamente, me sentí mucho más feliz haciendo esto, y cada vez que me pasaba una cosa así pensaba, se acabaron las mujeres, para siempre. Por supuesto, siempre aparecía otra. Acababan cazándote, por muy indiferente que fueses. Creo que cuando llegas a hacerte indiferente de veras es cuando más te lo ofrecen, para fastidiarte. Las mujeres son capaces de eso; por muy fuerte que sea un hombre, las mujeres siempre pueden conseguirlo. Pero, de todos modos, yo me encontraba en esa situación de paz y libertad cuando conocí a Jeff (sin mujer) y no había en la relación nada de homosexual. Sólo dos tíos que vivían sin normas, viajaban y les habían abandonado las mujeres. Recuerdo una vez que estaba sentado en La Luz Verde, tomando una cerveza, recuerdo que estaba en una mesa leyendo los resultados de las carreras y que aquel grupo hablaba de algo cuando de pronto alguien dijo, «...y, sí, a Bukowski le ha dejado la pequeña Flo, ¿verdad? ¿No es cierto que te dejó plantado, Bukowski?». Miré. La gente se reía. No sonreí. Sólo alcé mi cerveza:

—Sí —dije, bebí un trago, dejé el vaso.
Cuando volví a mirar, una joven negra se había traído su cerveza.
—Mira, amigo —dijo—, mira amigo...
—Hola —dije yo.
—Mira, amigo, no dejes que esa Flo te hunda, no la dejes que te hunda, amigo. Puedes superarlo.
—Ya sé que puedo superarlo. Aún no me he rendido.
—Bueno. Es que pareces triste, sabes. Pareces tan triste.
—Claro, lo estoy. La tenía muy dentro. Pero pasará. ¿Cerveza?
—Sí. Y pago yo.
Dormimos esa noche en mi casa, pero fue mi despedida de las mujeres... por catorce o dieciocho
meses. Si no andas a la caza, puedes conseguir esos períodos de descanso.

Así que después del trabajo, me dedicaba a beber solo todas las noches, en mi casa, y me quedaba lo suficiente para ir a las carreras el sábado y la vida era simple y no demasiado dolorosa. Quizá sin demasiada razón, pero apartarse del dolor era bastante razonable. Conocí muy pronto a Jeff. Aunque era más joven que yo, reconocí en él un modelo más joven de mí mismo.

—Tienes una resaca infernal, muchacho —le dije una mañana.
—Qué le vamos a hacer —dijo él—. Hay que olvidar.
—Quizá tengas razón —dije—. Es mejor la resaca que el manicomio.

Aquella noche fuimos a un bar cercano después del trabajo. El era como yo, no le preocupaba la comida, un hombre nunca pensaba en la comida. Y, en realidad, éramos dos de los hombres más fuertes del almacén, aunque nunca se llegara a hacer comprobaciones. La comida era simplemente algo aburrido.

Yo ya estaba harto de los bares por entonces: todos aquellos imbéciles chiflados esperando a que entrara una mujer y les llevara al país de las maravillas. Los dos grupos más detestables eran los que iban a las carreras de caballos y los de los bares, y me refiero básicamente a los varones de ambos grupos. Los perdedores que seguían perdiendo y no eran capaces de plantarse y afrontar el asunto. Y allí estabay o, en el medio mismo de ellos. Jeff me hacía más fáciles las cosas. Quiero decir con esto que el rollo era más nuevo para él y él animaba la fiesta, conseguía casi hacerla realista, como si estuviésemos haciendo algo significativo en vez de derrochar nuestros míseros salarios bebiendo o jugando, viviendo en habitaciones miserables, perdiendo empleos, encontrándolos, rechazados por las mujeres, siempre en el infierno e ignorándolo. Todo ese rollo.
—Quiero que conozcas a mi amigo Gramercy Edwards —dijo. —¿Gramercy Edwards? —Sí, Gram ha estado más dentro que fuera.
—¿Cárcel?
—Cárcel y manicomio.
—No está mal. Dile que baje.
—Voy a llamarle por teléfono. Vendrá, si no está demasiado borracho...

Gramercy Edwards vino como una hora después. Para entonces, yo ya me sentía más capaz de manejar las cosas, y esto fue bueno, pues allí llegaba Gramercy, cruzando la puerta: una auténtica víctima de reformatorios y cárceles. Parecía hacer rodar constantemente los ojos hacia atrás, hacia el interior de la cabeza, como si intentase mirar al interior de su cerebro para ver qué error había. Vestía con andrajos y de un bolsillo rasgado de sus pantalones salía una gran botella de vino. Apestaba y llevaba en los labios un cigarrillo liado. Jeff nos presentó. Gram sacó del bolsillo la botella de vino y me ofreció un trago. Bebí. Y allí estuvimos bebiendo hasta la hora de cerrar. Luego, bajamos por la calle hasta el hotel de Gramercy. En aquellos tiempos, antes de que se instalara la industria en la zona, había casas viejas que alquilaban habitaciones a los pobres, y en una de aquellas casas la propietaria tenía un bulldog al que dejaba suelto por la noche para que guardase su preciosa propiedad. Era un perro de lo más cabrón e hijoputa. Me había asustado más de una noche de borrachera hasta que aprendí qué lado de la calle era el suyo y qué lado el mío. Y elegí el lado que él no quería.
—Vale —dijo Jeff—. Vamos a agarrar a ese cabrón esta noche. Bueno, Gram, yo me encargo de
agarrarle. Pero cuando lo tenga agarrado, tendrás que rajarlo tú.
—Tú agárralo —dijo Gramercy—. Traje el corte. Está recién afilado.

Y hacia allá fuimos. Pronto oímos gruñidos y vimos acercarse a saltos al bulldog. Era muy hábil mordiendo pantorrillas. Un perro guardián magnífico. Venía saltando con mucho aplomo. Jeff esperó a que estuviese casi encima de nosotros y entonces se puso de lado y saltó por encima de él. El bulldog patinó, se movió rápidamente y Jeff le agarró cuando le pasaba por debajo. Le metió los brazos debajo de las patas delanteras y tiró hacia arriba. El bulldog pataleaba y lanzaba mordiscos desesperado, con la barriga al descubierto.

—Jejejejeje —decía Gramercy—. ¡Jejejeje!
Y metió el cuchillo y cortó un rectángulo. Luego lo dividió en cuatro partes.
—Jesús —dijo Jeff.
Había sangre por todas partes. Jeff dejó al perro. El perro no se movía.
—Jejejeje —-siguió Gramercy—. Ese hijoputa no volverá a molestar a nadie.
—Me dais asco —dije yo. Subí a mi habitación pensando en aquel pobre bulldog. Estuve enfadado con Jeff dos o tres días. Luego lo olvidé...

Nunca volví a ver a Gramercy, pero seguí emborrachándome con Jeff. Qué otra cosa podíamos hacer.Todas las mañanas, en el trabajo, nos sentíamos enfermos... Era nuestro chiste particular. Y todas las noches volvíamos a emborracharnos. ¿Qué va a hacer un pobre? Las chicas no buscan a los vulgares trabajadores. Las chicas buscan médicos, científicos, abogados, negociantes, etc. Nosotros las conseguimos cuando ya les repugnan a ellos, cuando ya no son chicas... nos toca el material usado, deformado, nos tocan las enfermas, las locas. Cuando llevas un tiempo aguantando esto, en vez de conformarte con segundos o terceros o cuartos platos, renuncias. O intentas renunciar. El trago ayuda. Y a Jeff le gustaban los bares, así que yo le acompañaba. El problema de Jeff era que cuando se emborrachaba le gustaba la bronca. Por suerte, no se peleaba conmigo. Era muy bueno en eso, era un buen luchador, sabía esquivar y tenía fuerza, quizá sea el hombre más fuerte que haya conocido. No era fanfarrón, pero después de beber un rato, sencillamente parecía volverse loco. Le vi en una ocasión arrear a tres tipos. Era de noche y les miró tirados en la calleja, metió las manos en los bolsillos, luego me miró:
—Venga, vamos a echar otro trago.
Nunca presumía de ello.

Por supuesto, las noches de los sábados eran las mejores. Teníamos el domingo para superar la resaca. Casi siempre nos preparábamos otra para el día siguiente, pero por lo menos la mañana del domingo no tenías que estar en aquel almacén por un salario de esclavos en un trabajo que acabarías dejando o del que te echarían.

Aquella noche de sábado estábamos sentados en La Luz Verde y al final se nos despertó el hambre. Nos acercamos al Chino, que era un sitio bastante limpio y con cierta clase. Subimos por la escalera a la segunda planta y cogimos una mesa al fondo. Jeff estaba borracho y tiró una lámpara de mesa. Se rompió con mucho estrépito. Todo el mundo miraba. El camarero chino que estaba en otra mesa nos dirigió una mirada particularmente hostil.
—Tómeselo con calma —dijo Jeff—. Puede incluirlo en la cuenta. Lo pagaré.

Una mujer embarazada miraba fijamente a Jeff. Parecía muy contrariada por lo que Jeff había hecho. Yo no era capaz de entenderlo. No podía ver que fuese tan grave. El camarero no quería servirnos, o quería hacernos esperar, y aquella mujer embarazada seguía mirando. Era como si Jeff hubiese cometido el más odioso de los crímenes.
—¿Qué pasa, nena? ¿Necesitas un poquito de amor? Si quieres puedo entrar por la puerta trasera.
¿Te encuentras sola. cariño?
—Llamaré ahora mismo a mi marido. Está abajo, ha ido al servicio. Voy a llamarle. Ahora mismo,
le llamaré. ¡El le enseñará!
—¿Qué es lo que tiene? —preguntó Jeff—. ¿Una colección de sellos? ¿O mariposas debajo de un cristal?
—¡Voy a decírselo! ¡Ahora mismo! —dijo ella.
—No lo haga, señora, por favor —dije yo—. Necesita usted a su marido. No lo haga, señora, por favor.
—Claro que lo haré —dijo ella—. ¡Ahora mismo!
Se levantó y corrió hacia la escalera. Jeff corrió detrás de ella, la agarró, le dio la vuelta y dijo:
—¡Toma, te ayudaré a bajar!
Y le pegó un puñetazo en la barbilla y allá la mandó saltando y rodando escaleras abajo. Aquello me puso enfermo. Era tan terrible como lo del perro.

—¡Dios del cielo, Jeff! Has tirado por la escalera de un puñetazo a una mujer embarazada. Eso es cobarde y estúpido. Puedes haber matado a dos personas. Eres un mal bicho, ¿qué diablos quieres demostrar?
—¡Calla o te arreo a ti también! —dijo Jeff.

Jeff estaba bestialmente borracho, allí plantado de pie en lo alto de la escalera, tambaleándose. Abajo se había reunido mucha gente alrededor de la mujer. Aún parecía viva y no parecía tener nada roto, pero yo no sabía del niño. Deseé que el niño estuviese perfectamente. Luego salió el marido del water y vio a su mujer. Le explicaron lo que había pasado y luego le señalaron a Jeff. Jeff se volvió y se dispuso a regresar a la mesa. El marido subió las escaleras como un tiro. Era alto, tan alto como Jeff e igual de joven. Yo no me sentía nada a gusto con Jeff, así que no le avisé. El marido le saltó a la espalda y le sujetó en una llave de estrangulamiento. Jeff se ahogaba y se le puso toda la cara roja, pero por debajo sonreía. Le encantaban las peleas. Consiguió poner una mano en la cabeza del tipo y luego maniobró con la otra y logró alzar el cuerpo del tipo y colocarlo paralelo al suelo. El marido aún le tenía cogido por el cuello cuando Jeff se aproximó a la boca de la escalera. Se plantó allí y luego simplemente se apartó al tipo del cuello, lo alzó en el aire y lo lanzó al espacio. El marido, cuando dejó de rodar, se quedó muy quieto. Yo empecé a pensar en la forma de salir de allí. Abajo había varios chinos dando vueltas. Cocineros, camareros, propietarios. Parecían comunicarse entre sí. Empezaron a subir por la escalera. Yo tenía media botella en el abrigo y me senté en la mesa a contemplar el espectáculo. Jeff se plantó al final de la escalera y fue echándoles abajo a puñetazos. Pero venían más y más. No sé de dónde saldrían todos aquellos chinos. La simple presión del número fue haciendo retroceder a Jeff de la escalera y, por último, se vio en el centro de la estancia derribándolos a puñetazos. En otra ocasión, yo habría ayudado a Jeff, pero entonces no podía dejar de pensar en aquel pobre perro y aquella pobre mujer embarazada y seguí allí sentado bebiendo de la botella y observando.

Por fin un par de ellos agarraron a Jeff por detrás, uno le agarró un brazo, otros dos el otro brazo, otro una pierna, el otro por el cuello. Era como una araña arrastrada por una masa de hormigas. Luego cayó al suelo y todos intentaban inmovilizarle. Como dije, era el hombre más fuerte que he visto en mi vida. Le tenían allí sujeto, pero no conseguían inmovilizarle del todo. De vez en cuando, salía volando un chino del montón, como lanzado por una fuerza invisible. Luego volvía a saltar encima. Jeff simplemente no se rendía. Y aunque le tenían allí sujeto, no podían hacer nada con él. Seguía luchando y los chinos parecían muy desconcertados y muy preocupados al ver que no se rendía.

Bebí otro trago, metí la botella en el abrigo, me levanté. Me acerqué allí.
—Si vosotros le sujetáis —dije— yo lo dejaré listo. Me matará por esto, pero no hay otra salida.
Me agaché y me senté en su pecho.

—¡Sujetadle! ¡Ahora sujetadle la cabeza! ¡No puedo atizarle si sigue moviéndose así! ¡Agarradle bien, coño! ¡Maldita sea, sois una docena! ¿Es que no vais a ser capaces de sujetar a un hombre? ¡Vamos, vamos, agarradle bien!

No eran capaces de inmovilizarle. Jeff seguía dando vueltas y debatiéndose. Parecía tener una fuerza inagotable. Renuncié, me senté otra vez en la mesa, eché otro trago. Debieron pasar otros cinco minutos.

Luego, de pronto, Jeff se quedó muy quieto. Dejó de moverse. Los chinos le observaban sin dejar de sujetarle. Empecé a oír un llanto. ¡Jeff estaba llorando! Tenía la cara cubierta de lágrimas. Toda la cara le brillaba como un lago. Luego gritó, muy quejumbrosamente, una palabra...
—¡MADRE!
Fue entonces cuando oí la sirena. Me levanté, pasé ante ellos y bajé la escalera. Cuando iba a la mitad, me crucé con la policía.
—¡Está allá arriba, agentes! ¡Deprisa!

Salí lentamente por la puerta principal. Luego, en la primera calleja, empecé a correr. Salí a la otra calle y cuando lo hacía pude oír las ambulancias que se acercaban. Me metí en mi habitación, cerré todas las cortinas y apagué la luz. Terminé la botella en la cama.

Jeff no fue a trabajar el lunes. Jeff no fue a trabajar el martes. Ni el miércoles. En fin, no volví a verle. No indagué en las cárceles. Poco después, me echaron por absentismo y me mudé a la zona oeste de la ciudad, donde encontré trabajo como mozo de almacén en Sears Roebuck. Los mozos de almacén de Sears Roebuck nunca tenían resaca y eran muy dóciles, y bastante flacuchos. Nada parecía alterarlos. Yo comía solo y hablaba muy poco con el resto.

No creo que Jeff fuese un ser humano excelente. Cometió muchos errores, errores brutales, pero
había sido interesante, bastante interesante. Supongo que ahora está cumpliendo condena o que le ha
matado alguien. Nunca encontraré otro compañero de trago como él. Todo el mundo está dormido y es sensato y correcto. Se necesita, de vez en cuando, un verdadero hijo de puta como él. Pero como dice la canción: ¿Dónde se han ido todos?


septiembre 29, 2016

Mucho más grave

Porque gracias a vos he descubierto,
(dirás que ya era hora y con razón),
que el amor es una bahía linda y generosa,
que se ilumina y se oscurece,
según venga la vida,
una bahía donde los barcos llegan y se van,
llegan con pájaros y augurios,
y se van con sirenas y nubarrones.
Una bahía linda y generosa,
Donde los barcos llegan y se van.


Mario Benedetti
(fragmento)

septiembre 24, 2016

septiembre 15, 2016

"El cuerpo humano -incluso aquel que se encuentra en óptimas condiciones- está diseñado para triunfar en el pasado. Es una máquina biológica antigua que evolucionó en respuesta a un mundo que ya no existe."

Zimbardo & Boyd

septiembre 04, 2016

No sos un niño, pero ojalá lo fueras.
Ojalá fueses un niño y no entendieses.
¿Sería más justo el mundo con vos entonces?
¿Te habría quitado menos?
Probablemente no,
pero sería más fácil
tenerte entre mis brazos
decirte que todo va a estar bien,
aunque sea mentira,
si fueses un niño
sería más fácil creerme,
y dormir y soñar
con esos campos verdes
que ya nunca van a volver.


Anna.

agosto 28, 2016

Todo lo que uno recibe es pasión

No soy enfermo. Me han recluido. Me consideran un incapaz. Quiénes son mis jueces…
Quiénes responderán por mí.
Hice conducta de poesía. Pagué por todo.
Sentí de pronto que tenía que cambiar de vida. Alejarme del mundo. Y me aislé. Me fui de todos, aun de mí…
Hoy es la demencia un estado natural.
Todas las palabras son esenciales. Lo difícil es dar con ellas.
El delirio son instantes. Puede durar toda la vida.
Mi poesía es toda medida.
El arte tiene que volver a ser un acto de sinceridad.

Jacobo Fijman

agosto 25, 2016

Algunas noches mi alma se dobla en dos, como atraída por la gravedad, una mitad me tira hacia el piso con un irresistible afán de quebrarse al medio. Son esas noches cuando miro la pintura de uñas roja sobre la repisa del escritorio y pienso en cómo me pintaba las uñas el día del desfile, porque pensaba que iba a verte, y me temblaban las manos, y me hablaban los pacientes porque estaba en el trabajo, y mis uñas eran un espantoso charco rojo, y eso me daba tantas ganas de llorar -pensar que iba a verte y mis uñas estaban terribles-. Con el mismo empeño y el mismo temblor de manos me había maquillado, más temprano esa misma tarde, y había tardado tanto en elegir la ropa, y me había puesto toda ajustada y no había llevado abrigo, y todo para verte, y aunque era octubre me cagué de frío.

Vos no estabas en el desfile. Quiero decir, desfilaste, sí, y después ya no estuviste más. Yo tuve que esperar hasta el final porque al set no nos dejaban entrar si no éramos "del stuff" nos dijo un patovica. Igual no sé si hubiera querido verte en el set, rodeado de mujeres pintándote y peinándote y ayudándote a vestirte y otras tantas haciendo lo mismo alrededor tuyo, vos rodeado de mujeres que se cambian para salir a desfilar, mujeres desnudas con las que te codeás a diario en los escenarios y con las que intercambiás sonrisas detrás de bambalinas. Yo esperaba verte solo a vos. Así que esperé cerca de la puerta a que terminara el desfile, sin prestarle atención a las pasadas. Mi hermana salió primero, y estaba tan feliz. ¡Viste mis cosas! me dijo. La verdad que no, pero le dije que sí. Vos no saliste nunca. No me atrevía a preguntarle a nadie porque no se suponía que yo estaba ahí para verte. Se suponía que yo iba a ver a mi hermana, pero ella, que probablemente me había leído el pensamiento, comentó como al pasar mientras hablaba con otra persona cerca mío que te habías tenido que ir antes de que terminara. Durante las últimas pasadas, dijo.

Entonces tuve esta sensación, como la que tengo ahora que miro la pintura de uñas, y estoy inclinada sobre la silla en una pose sin retorno, con el cuerpo contraído en el recuerdo de la desilusión. Te habías ido, sin más. No ibas a ver ni mi maquillaje, ni mis uñas, ni ibas a saber nunca con cuánto esmero las había combinado con mi ropa interior. No ibas a saber nada de eso, porque te habías ido, y yo me preguntaba por dónde, hacia dónde. En qué lugar, bajo este enorme cielo. Y por qué no te quedaste. Por qué siempre parece que me huís. Por qué siempre estás tan bien sin mí mientras yo me pinto las uñas y pinto el escritorio pintandome las uñas, y el teclado de la computadora, y las órdenes de los pacientes, y todo para que vos te hayas ido, otra vez.

agosto 24, 2016

Pies

Cuando veo mis pies allá tan lejos de donde sucedes las ceremonias, las tomas de decisiones y los bacanales, no puedo evitar un sentimiento de angustia por ellos.
Me pregunto si podría acercarlos anotándome en un curso de contorsionismo y acrobacia. Pero no creo que el resto de mi cuerpo tan habituado al desorden, soporte el método y los esfuerzos
Cuando yo muera sé que ellos se enfriarán primero, tendrán sus minutos de muerte solitaria hasta que reciban la compañía final de todo el andamiaje de mi esperpento.
Pobres pies estos pies, tuvieron peor suerte aún que mi corazón. Lo cual no es decir poco.

José Sbarra

agosto 20, 2016

agosto 18, 2016

"De todo en el mundo lo verdaderamente trágico es el olvido, y de éste, lo más desesperante es que no se lo advierte: el gradual insidioso advenimiento de la conformidad. Y los protagonistas no saben que son muertos."

Macedonio Fernández

agosto 15, 2016



"Sabes, hay una razón más
para decirte que me voy.
Me voy y me llevo conmigo
también tu melancolía.
Busco mis manos, te querrán todavía,
pero habrá quién me las tenga
hoy, y mañana y después de mañana
hasta que mi corazón 
aguante.

Eres tú esa razón más.
Me has pedido realmente tanto.
Yo no soy nada para ti
y te amo, no sabes cuánto.
Amo hasta morir también tu silencio
que no me deja irme.
Me voy, pero si me dijeras "no me dejes solo"
no sé si el corazón podrá."


Ornella Vanoni

La medecina

Les diré que me encuentro adolorido
por mujer que me desposeyó de ella,
quitó lo que me daba
y me en casi sin aire deja
o como naranja sprimida.
Me deshojó de su árbol como si a usté
de pronto lo dejan sin agarrarse de algo,
como que se me cayeran los pantalones
en medio de un baile
como de urgencia
necesitar ir a mear y no hallar dónde.
Así de desvalido.
Me hice ver con un médico y recetó
el desapego hombre, el desapego,
cambie de costumbres póngase
una tela metálica al pecho
así no se le incrustan mariposas dañinas.
En ningún peor caso me he visto;
pero aseguran los intrusos ques buena medecina
visitar lejanos países.
Bien, ¿pero a dónde he ir que no mesté sperando
la susodicha esa para castigarme
solamente porque la quiero?

Jorge Leónidas Escudero

agosto 10, 2016

Pterodáctilos

En la era más estrambótica de la Tierra, los pterodáctilos fueron los únicos seres capaces de construir parejas absolutamente fieles.
En el caso de que muriese uno de los integrantes, el otro no formaba una nueva unión.
Si el pterodáctilo sobrevivía, dedicaba el resto de su existencia a deambular por los sitios frecuentados con su pterodáctila. Y realizaba este peregrinaje sin comer ni beber. Sin ir en búsqueda de otra compañera.
Poco a poco iba debilitándose hasta que moría, preferiblemente en el exacto lugar en el que había caído su pterodáctila.

Ella lo amaba. Volar hambrientos, pero juntos, le parece una fascinante aventura. Ama su coraje. Ama la paciencia de su vuelo sobre los volcanes. Lo considera un valiente. Ella lo ama. Ama que se olvide de comer por atrapar una piedra azul. Hay otros pterodáctilos, pero ninguno tiene su estrafalaria manera de planear. Ella lo ama. Desde el día en que conoció a ese tonto pterodáctilo nunca se separó de su lado. Por eso él sabe que ella lo ama.

En la sinfónica turbulencia de la atmósfera, entre nubes doradas, un pterodáctilo vuela junto a su pterodáctila. Sus ojos antediluvianos son los espejos del fuego en el corazón de los volcanes. Vuelan juntos. Como viajeros elegantes.
¿De qué sirve un pterodáctilo sin su pterodáctila? 
Toda la Tierra con sus ardientes temperaturas y con sus inesperados desplazamientos les ordena amarse.
Y sobre la catedral volcánica del planeta, y sin saberlo, los pterodáctilos están amándose.

De pronto su vuelo se interrumpió. La pterodáctila cayó por un túnel transparente en el aire. Cayó sobre la arena como una roca. Como un meteorito atraído terriblemente por la Tierra.
Estaba en vuelo y el vuelo se detuvo como un amor que dice que no. Un instante de desconcierto y luego la pterodáctila cayó.
El pterodáctilo volaba a su lado. Supo el momento preciso en que su pterodáctila cayó. Pero no miró hacia abajo. Negó el vacío. La implacable verticalidad de la caída.
Miró hacia un costado y hacia otro. No la vio. Se resistió a aceptar lo demasiado obvio. Y no se animó a mirar hacia abajo. Con espanto volvió la cabeza hacia un costado y hacia el otro.
La buscó en todas las posibilidades de vuelo. Nunca miró hacia abajo.
Aterrizó en la playa.
Caminó con la vista más allá del presente, buscándola lejos. Lejos. Se detuvo sin verla. Intuyó la presencia de una roca nueva sobre la arena. El pterodáctilo cubrió su cara con cuarenta millones de años.
Una tras otra resbalaron sus monumentales lágrimas.
En la boca ígnea de los volcanes resonaron sus alaridos. Pero nunca miró hacia el sitio del dolor.

Vuela. No lo distraen las piedras azules que saltan de los volcanes. Sigue su rumbo. Y su rumbo es buscarla.
Sus retinas sólo reflejan la imagen de ella. Cree verla en el movimiento de una rama o sobre la cresta salvaje de una ola.
No se pregunta por qué se fue. Se pregunta hacia dónde.
Su cabeza de cretáceo no puede concebir un abandono, sólo un extravío.
Es puro volar sin calma, un vivir buscándola para salvarla y salvarse al tiempo que la salva. Sin ella, volar es un acto inútil.
Se tropieza con las nubes y confunde el cielo con el mar. Va de un lado hacia otro, desorientado y torpe. Fatiga tanto el vuelo si se vuela solo. No quiere volar. Quiere querer.
No los unían los proyectos ni la costumbre. Los unía el volar sabiendo que el otro volaba al lado. Los unía ese voltear la cabeza en el mismo instante como para decirse:
¿Ves? Estamos volando.

Con larval inocencia un pterodáctilo busca a su pterodáctila. Él no sabe nada de la muerte. Sólo sabe planear con ella como dos gigantes remeros del espacio. Sólo sabe que un pterodáctilo y una pterodáctila son un mismo cuerpo. Y ahora a él le falta una parte.
Ella murió una noche en que los cielos eran dorados. Aún está sobre la arena su cadáver fosilizándose, pero él insiste en la búsqueda porque eso no es ella, no es su pterodáctila: le falta el vuelo, la mirada y el olor del amor. Ignora las leyes de la naturaleza, cree en el reencuentro. Si necesita a su pterodáctila tiene que ser porque en algún sitio ella lo espera.
Vuela chocando contra todas las salientes de la noche. Va una y otra vez por los lugares que conocieron juntos. Desde la orilla de aquel lago vieron la primera lluvia de estrellas, en ese cráter la tuvo entre sus alas. Vuelve al cielo. Insiste en la búsqueda. Es una esperanza en vuelo y condenada.
Desde lo alto de la noche color magenta se lanza en picada. Solitario y en silencio se desploma en ese fragmento de playa que nunca quiso mirar.

José Sbarra 

agosto 07, 2016

De qué hablamos cuando hablamos de amor

Estaba hablando mi amigo Mel McGinnis. Mel McGinnis es cardiólogo, y eso le da a veces derecho a hacerlo.

Estábamos los cuatro sentados a la mesa de la cocina de su casa, bebiendo ginebra. El sol, que entraba por el ventanal de detrás del fregadero, inundaba la cocina. Estábamos Mel y yo y su segunda mujer, Teresa —la llamábamos Terri— y Laura, mi mujer. Entonces vivíamos en Alburquerque. Pero todos éramos de otra parte.

Había un cubo con hielo encima de la mesa. La ginebra y la tónica circulaban sin parar, y surgió no sé cómo el tema del amor. Mel opinaba que el verdadero amor no era otra cosa que el amor espiritual. Dijo que se había pasado cinco años en un seminario antes de salirse para estudiar medicina. Dijo que aún recordaba aquellos años del seminario como los más importantes de su vida.

Terri dijo que el hombre con quien vivía antes de vivir con Mel la quería tanto que había intentado matarla. Luego continuó:

—Una noche me dio una paliza. Me arrastró por toda la sala tirando de mis tobillos. Y me decía una y otra vez: «Te quiero, te quiero, zorra.» Y mi cabeza no paraba de golpear contra las cosas. —Terri nos miró—. ¿Qué se puede hacer con un amor así?

Era una mujer de huesos finos y cara bonita, ojos oscuros y una melena castaña que le caía por la espalda.

Le gustaban los collares de turquesas y los pendientes largos.

—Dios mío, no seas boba. Eso no es amor, y tú lo sabes —dijo Mel—. No sé cómo podríamos llamarlo, pero estoy seguro de que no debemos llamarlo amor.
—Tú dirás lo que quieras, pero sé que era amor —protestó Terri—. Puede sonarte a disparate, pero es verdad. La gente es diferente, Mel. Algunas veces actuaba como un loco, es cierto. Lo admito. Pero me amaba. A su modo, quizá, pero me amaba. En todo aquello había amor, Mel. No digas que no.

Mel suspiró. Levantó el vaso y se volvió a Laura y a mí.
—Me amenazó con matarme —dijo. Apuró el vaso y alargó la mano hacia la botella de ginebra—. Terri es una romántica. Terri es de la escuela de dame una patada-y-así-sabré-que-me amas. Terri, cariño, no pongas esa cara. —Mel alargó la mano por encima de la mesa y tocó la mejilla de Terri con los dedos. Y le sonrió.
—Ahora quiere arreglarlo —dijo Terri.
—¿Arreglar qué? —saltó Mel—. ¿Qué es lo que tengo que arreglar? Yo sé lo que sé. Eso es todo.
—De todas formas, ¿cómo nos hemos puesto a hablar de esto? —Terri levantó el vaso, bebió y añadió—: Mel siempre tiene metido el amor en la cabeza. ¿No es verdad, cariño? —sonrió. Pensé que el tema iba a quedar zanjado.
—Yo no llamaría amor al comportamiento de Ed. Eso es lo único que he dicho, cariño —puntualizó Mel—. ¿Y qué opináis vosotros? —Mel se dirigía a Laura y a mí—. ¿Os parece que eso es amor?
—No soy la persona más apropiada para responder —respondí yo—. Ni siquiera conocí a ese Ed. Sólo lo he oído mencionar de pasada. No me atrevo a juzgarle. Tendría que conocer los detalles. Pero creo que lo que estás diciendo es que el amor es un absoluto.

Mel aclaró:
—Lo es el tipo de amor al que me refiero. El tipo de amor al que me refiero no te lleva a intentar matar gente.

Laura intervino:
—Yo no sé nada de Ed ni de la situación. Pero ¿quién puede juzgar la situación de otro?
Toqué el dorso de la mano de Laura. Me envió una rápida sonrisa. Le cogí la mano. Estaba cálida: las uñas pulidas: una perfecta manicura. Rodeé su ancha muñeca con los dedos, y la abracé.
—Cuando me fui, se tomó un matarratas —explicó Terri. Se apretó los brazos con las manos—. Lo llevaron al hospital de Santa Fe. Vivíamos allí entonces, a unas diez millas. Le salvaron la vida. Pero se le enloquecieron las encías. Quiero decir que era como si se le separaran de los dientes. Desde entonces, los dientes le sobresalían, como colmillos. Dios mío —suspiró Terri. Aguardó unos instantes; luego se soltó los brazos y cogió el vaso.
—¡Qué cosas llega a hacer la gente! —exclamó Laura.
—Ahora está fuera de juego —dijo Mel—. Murió.

Mel me pasó el plato de limas. Cogí un trozo. Lo exprimí en mi vaso y removí los cubitos con los dedos.
—Es más grave que eso —dijo Terri—. Se pegó un tiro en la boca. Pero tampoco le salió bien. Pobre Ed. —Sacudió la cabeza.
—Ni pobre Ed ni nada —dijo Mel—. Era peligroso.

Mel tenía cuarenta y cinco años. Era alto y ágil y tenía el pelo rizado y suave. Cara y brazos bronceados por el tenis. Cuando estaba sobrio, sus gestos, sus movimientos, eran precisos, en extremo cuidadosos.

—Pero me amaba, Mel. Concédeme eso —insistió Terri—. Es lo único que te pido. No me amaba de la forma que tú me amas. No estoy diciendo eso. Pero me amaba. Podrás concederme eso, ¿no?
—¿Qué quieres decir con que no le salió bien? —pregunté.

Laura se inclinó hacia delante con el vaso. Apoyó los codos sobre la mesa y sostuvo el vaso con ambas manos. Miró a Mel y luego a Terri, y aguardó con expresión de perplejidad en su cara franca, como si se asombrara de que tales cosas les pudieran suceder a los amigos.

—¿Cómo dices que le salió mal si se mató? —inquirí.
—Te lo contaré yo —dijo Mel—. Cogió su pistola del veintidós, la que se había comprado para amenazarnos a Terri y a mí. Hablo en serio, ese hombre siempre estaba amenazándonos. Deberías haber visto el tipo de vida que llevábamos entonces. Éramos como fugitivos. Hasta yo me compré una pistola. ¿Podéis creerlo? ¡Un tipo como yo! Pero lo hice. Me la compré para defenderme, y la llevaba en la guantera. A veces tenía que salir del apartamento en mitad de la noche. Para ir al hospital, ya sabéis. Terri y yo no nos habíamos casado todavía, y mi primera mujer se había quedado con la casa y los chicos, con el perro, con todo, y Terri y yo vivíamos en este apartamento. A veces, como digo, me llamaban en mitad de la noche y tenía que ir al hospital a las dos o las tres de la madrugada. El aparcamiento estaba completamente oscuro, y antes de llegar al coche me ponía a sudar. Nunca sabía si iba a salir de unos arbustos o de detrás de un coche y empezar a dispararme. Quiero decir que ese hombre estaba loco. Era capaz de ponerte una bomba, de cualquier cosa. Llamaba al servicio médico a todas horas, y decía que necesitaba hablar con el doctor, y cuando me ponía al aparato me decía: «Hijo de perra, tus días están contados.» Y nimiedades por el estilo. Era algo que daba miedo, creedme.
—A mí me sigue dando lástima —confesó Terri.
—Parece una pesadilla —dijo Laura—. ¿Pero qué sucedió exactamente después de que se pegara el tiro?

Laura es secretaria jurídica. Nos habíamos conocido en el campo profesional. Y antes de que nos diéramos cuenta éramos novios. Tiene treinta y cinco años, tres menos que yo. Además de estar enamorados, nos gustamos y disfrutamos de nuestra mutua compañía. Es una mujer con la que es fácil llevarse bien.
—¿Qué sucedió? —insistió Laura. Mel explicó:
—Se pegó un tiro en la boca, en su cuarto. Alguien oyó el disparo y avisó al gerente. Entraron con una llave maestra y vieron lo que pasaba y llamaron una ambulancia. Coincidió que yo estaba allí cuando lo llevaron, pero su estado era irreversible. Vivió tres días. La cabeza se le hinchó, se le puso de tamaño doble al de una cabeza normal. Nunca había visto nada semejante, y espero no volver a verlo. Terri, al enterarse, quiso ir al hospital para estar con él. Reñimos por culpa de eso. Yo opinaba que no debía verlo en aquel estado. Pensaba que no debía verlo, y sigo pensando lo mismo.
—¿Quién se salió con la suya? —dijo Laura.
—Yo estaba con él en su habitación cuando murió —precisó Terri—. No recuperó el conocimiento en ningún momento. Pero me quedé con él. No tenía a nadie más.
—Era peligroso —dijo Mel—. Si quieres llamarlo amor, allá tú.
—Era amor —repitió Terri—. Ya sé que era un amor anormal para la mayoría de la gente. Pero estaba dispuesto a morir por su amor. Murió por él.
—Pues para mí eso no es amor, puedes estar segura —dijo Mel—. Lo que quiero decir es que nadie sabe por qué lo hizo. He visto muchos suicidas, y en mi opinión nadie ha sabido nunca por qué lo hicieron.

Mel se puso las manos en la nuca e inclinó la silla hacia atrás.
—No me interesa ese tipo de amor —declaró—. Si para ti eso es amor, allá tú.

Terri explicó:
—Estábamos asustados. Mel incluso hizo testamento, y escribió a su hermano, que había sido Boina Verde y vivía en California, diciéndole a quién debía buscar si algo le sucedía.

Terri bebió de su vaso. Prosiguió:
—Pero Mel tiene razón: vivíamos como fugitivos. Teníamos miedo. Mel tenía miedo, ¿verdad, cariño? Yo, llegado cierto momento, hasta llamé a la policía, pero no sirvió de nada. Me aseguraron que no podían actuar mientras Ed no hiciera algo concreto. ¿No tiene gracia? —dijo Terri.

Se sirvió lo que quedaba de ginebra y agitó la botella. Mel se levantó y fue al aparador. Sacó otra botella.
—Bien, Nick y yo sabemos lo que es amor —dijo Laura—. Para nosotros, por lo menos. —Laura me dio un golpecito en la rodilla con la suya—. Se supone que ahora debes decir algo —insinuó, y se volvió hacia mí sonriendo.

A modo de respuesta, cogí la mano de Laura y me la llevé a los labios. La besé con gran fruición y vehemencia. Todos mostraron su regocijo.
—Somos afortunados —declaré.
—Eh, chicos —exclamó Terri—. Dejadlo. Me estáis poniendo mala. Aún seguís en la luna de miel, santo Dios. Aún seguís alelados, ¿será posible? Pero ya veréis. ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? ¿Cuánto tiempo hace? ¿Un año? ¿Más de un año?
—Un año y medio —contestó Laura, ruborizada y sonriente. —Oh, vaya —dijo Terri—. Pues esperad un poco. Levantó el vaso y miró a Laura.
—Sólo estoy bromeando —puntualizó Terri.

Mel abrió la botella y nos sirvió ginebra.
—Vamos, muchachos —intervino—. Brindemos. Quiero proponer un brindis. Un brindis por el amor. Por el amor verdadero. Hicimos chocar los vasos.
—Por el amor —coreamos.

Fuera, en el patio, empezó a ladrar uno de los perros. Las hojas del álamo temblón que pendían al otro lado de la ventana golpeaban tenuemente el cristal. El sol de la tarde era como una presencia en la cocina: la ancha luz de la calma y la generosidad. Podríamos haber estado en cualquier otro lugar, en algún lugar encantado. Volvimos a alzar los vasos y nos sonreímos unos a otros como niños que han pactado algo prohibido.

—Voy a explicaros lo que es el amor verdadero —dijo Mel—. Voy a poneros un buen ejemplo. Luego podréis sacar vuestras propias conclusiones. —Se sirvió ginebra. Añadió un cubito de hielo y una rodajita de lima. Esperamos, bebimos a pequeños sorbos. Laura y yo volvimos a juntar nuestras rodillas. Le puse una mano en el cálido muslo y la dejé allí encima.

—¿Qué es lo que cualquiera de nosotros sabe realmente del amor? —dijo Mel—. Creo que en el amor no somos más que principiantes. Decimos que nos amamos, y nos amamos, no lo dudo. Yo amo a Terri y Terri me ama a mí, y también ustedes dos se aman. Ya saben a qué tipo de amor me refiero ahora. Al amor físico, ese impulso que te arrastra hacia alguien concreto, y al amor que inspira el ser de la otra persona. La esencia de esa persona, podríamos decir. El amor carnal y, bueno, digamos el amor sentimental, ese cuidado cotidiano para con la otra persona. Pero a veces me resulta difícil explicarme el hecho de que también debí de amar a mi primera mujer. Pero la amé, sé que la amé. Así que supongo que soy como Terri a este respecto. Como Terri y Ed. —Se quedó pensando en ello y luego continuó—: Hubo un tiempo en que creí que amaba a mi ex mujer más que a la propia vida. Pero ahora la aborrezco. De verdad. ¿Cómo se explica eso? ¿Qué ha sido de aquel amor? Qué ha sido de él, eso es lo que quisiera yo saber. Me gustaría que alguien pudiera decírmelo. Ahí tenemos a Ed. De acuerdo, otra vez Ed. Ama tanto a Terri que trata de matarla, y acaba matándose a sí mismo. —Calló y bebió un trago de ginebra—. Ustedes dos llevan juntos dieciocho meses, y se aman. Se les nota en todo. Rebosan amor. Pero los dos han amado a otra gente antes de encontraros. Los dos han estado casados antes, igual que nosotros. Y probablemente amaron a otras personas antes de su primer matrimonio. Terri y yo llevamos juntos cinco años, y casados cuatro. Y lo terrible, lo terrible, aunque también lo bueno, la gracia salvadora, podríamos decir, es que si algo nos pasara a alguno de nosotros, perdonadme que lo diga, si algo nos pasara a alguno de nosotros mañana, creo que el otro, la otra persona, lo pasaría mal una temporada, entendan, pero, luego, el que sobreviviese saldría y volvería a amar, tendría a alguien muy pronto. Y todo esto, todo el amor del que hablamos no sería sino un recuerdo. Y puede que ni siquiera un recuerdo. ¿Me equivoco? ¿Estoy desbarrando? Porque quiero que me corrijan si no estoy en lo cierto. Quiero saber. Porque no sé nada, ¿entendien? Y soy el primero en admitirlo.
—Mel, por el amor de Dios —intervino Terri. Se inclinó hacia él y le tomó de la muñeca—. ¿Ya la has cogido, cariño? ¿Estás borracho?
—Cariño, sólo estoy hablando —protestó Mel—. ¿Vale? No necesito estar borracho para decir lo que pienso. Estamos hablando, ¿no es eso? —dijo, y fijó la mirada en ella.
—No te estoy criticando —aseguró Terri.

Terri cogió su vaso.

—Hoy no estoy de guardia —puntualizó Mel—. Permíteme que te lo recuerde. No estoy de guardia.
—Mel, te queremos —dijo Laura.

Mel miró a Laura. La miró como si no lograra situarla, como si no fuera la mujer que era.
—Yo también te quiero, Laura —dijo Mel—. Y a ti, Nick. También te quiero a ti. ¿Saben una cosa? —se interrumpió—. Son nuestros amigos —afirmó.

Y cogió el vaso.
—Iba a contarles algo —empezó Mel—. Bueno, iba a demostrar algo. Verán: sucedió hace unos meses, pero sigue sucediendo en este mismo instante, y es algo que debería hacer que nos avergoncemos cuando hablamos como si supiéramos de qué hablamos cuando hablamos de amor.
—Vamos, Mel —le regañó Terri—. No hables como si estuvieras borracho si no lo estás.
—Cállate por una vez en la vida —le pidió Mel con suma calma—. ¿Me harás ese favor, sólo durante un minuto? Como iba diciendo, hay una vieja pareja que tuvo un accidente en la autopista interestatal. Un jovencito chocó con ellos y los dejó hechos mierda. Nadie les daba muchas probabilidades de salir con vida.

Terri nos miró y luego miró a Mel. Parecía ansiosa, aunque quizás ésta sea una palabra demasiado fuerte.

Mel nos pasaba la botella.

—Yo estaba de guardia aquella noche —explicó—. Era mayo, o quizá junio. Terri y yo acabábamos de sentarnos a la mesa cuando llamaron del hospital. Era por lo de ese accidente de la interestatal. Un jovencito borracho, un quinceañero, había estrellado la camioneta de papá contra el coche-caravana de los viejos. Tenían unos setenta y tantos años, los viejos. El chico, de dieciocho o diecinueve o algo así, murió al llegar al hospital. Se le había hundido el volante en el esternón. La pareja de ancianos seguía con vida, ya ven. Bueno, malamente. Tenían de todo. Fracturas múltiples, heridas internas, hemorra-gias, contusiones, desgarrones, de todo... Y conmoción cerebral, los dos. Creedme, un estado lamentable. Y, claro está, la edad lo empeoraba todo. Creo que ella estaba bastante peor que él. Se le había reventado el bazo, para acabar de arreglarlo. Y tenía las dos rótulas fracturadas. Pero llevaban puestos los cinturones de seguridad, y bien sabe Dios que eso fue lo que les salvó de una muerte instantánea.
—Chicos, he aquí un aviso del Consejo Nacional de Seguridad Vial. Vuestro portavoz, el doctor Melvin R. McGinnis, al habla —Terri rió—. Mel —prosiguió—, a veces eres demasiado. Pero te quiero, cariño.
—Cariño, te quiero —declaró Mel.

Adelantó el cuerpo por encima de la mesa. Terri fue a su encuentro. Se besaron.

—Terri tiene razón —corroboró Mel, de nuevo en su silla—. Usen siempre los cinturones de seguridad. Pero, hablando en serio, los viejos estaban muy mal. Cuando llegué abajo, el chico había muerto, como ya les he dicho. Estaba en un rincón, tendido en una camilla. Reconocí por encima a los viejos y le dije a la enfermera de urgencias que hiciera bajar inmediatamente a un neurólogo y a un traumatólogo y a un par de cirujanos.

Bebió un trago de ginebra.

—Trataré de no extenderme —continuó—. Los subimos al quirófano y estuvimos casi toda la noche con ellos. Qué increíble resistencia la de esos viejos. Raras veces se ve algo parecido. De modo que hicimos todo lo que estaba en nuestra mano, y al filo de la mañana les dábamos un cincuenta por ciento de probabilidades, quizás algo menos a ella. Y ahí los tienen por la mañana, vivos. Bien, pues los instalamos en Vigilancia Intensiva, se pasaron dos semanas luchando por sobrevivir, mejorando poco a poco en todos los aspectos. Así que los trasladamos a una habitación.

Mel hizo una pausa.
—Venga —prosiguió—. Acabemos esta maldita ginebra barata. Y nos vamos a cenar, ¿de acuerdo? Terri y yo conocemos un sitio nuevo. Cenaremos allí, en ese sitio. Pero no nos moveremos hasta que acabemos esta maldita ginebra.

Terri aclaró:
—En realidad aún no hemos comido allí nunca. Pero tiene buen aspecto. Por fuera, quiero decir.
—Me gusta comer —comentó Mel—. Si volviera a empezar de nuevo, me haría chef, ¿sabéis? ¿Te parece bien, Terri?

Rió. Hurgó en los cubitos de hielo con los dedos.
—Terri lo sabe —explicó—. Terri puede contárselo. Pero dejen que les diga una cosa. Si pudiera volver a nacer, vivir una vida diferente, en un tiempo diferente y todo eso, ¿saben qué? Me gustaría ser un caballero andante. Uno tenía que sentirse muy seguro con aquellas armaduras. Tuvo que estar muy bien eso de ser caballero, hasta que inventaron la pólvora y los mosquetones y las pistolas.
—A Mel le gustaría ir a caballo con la lanza en ristre —añadió Terri.
—Y llevar siempre consigo un pañuelo de mujer —apostilló Laura.
—O simplemente una mujer —redondeó Mel.
—¿No te da vergüenza? —saltó Laura.

Terri dijo:
—Supón que volvieras a vivir y fueses un siervo. Los siervos no lo tenían tan fácil en aquellos tiempos.
—Los siervos no lo han tenido nunca fácil —dijo Mel—. Pero imagino que hasta los caballeros eran vesallos de alguien. ¿No era así como funcionaban las cosas? Pero incluso hoy todos somos siempre vesallos de alguien. ¿No es cierto? ¿Eh, Terri? Pero lo que me gusta de los caballeros, aparte de sus damas, es esa armadura que llevaban. No era nada fácil herirles. No había coches en aquel tiempo. No había jovencitos borrachos que te embistieran y te rompieran la crisma.
—Vasallos —corrigió Terri.
—¿Qué? —preguntó Mel.
—Vasallos —repitió Terri—. Es vasallos, no vesallos.
—Vasallos, vesallos —protestó Mel—. ¿Qué diferencia hay, mierda? Me has entendido, ¿no? Muy bien —reconoció—. No soy culto. He aprendido lo mío. Soy cirujano del corazón, perfecto, pero no soy más que un mecánico. Voy y me meto por allí y arreglo cosas. Mierda.
—La modestia no te sienta bien —dijo Terri.
—No es más que un humilde matasanos —intervine yo—. A veces, Mel, los caballeros se asfixiaban dentro de aquellas armaduras. Sufrían incluso ataques al corazón si las armaduras se calentaban en exceso, o si ellos estaban demasiado cansados y desfallecidos. He leído en alguna parte que a veces se caían del caballo y no podían levantarse, porque el cansancio les impedía mantenerse en pie con toda aquella armadura encima. Y a veces los pisoteaban sus propios caballos.
—Terrible —exclamó Mel—. Es terrible, Nicky. Los imagino tendidos en el suelo, a la espera de que apareciera alguien y los convirtiera en pinchos morunos.
—Algún vesallo como ellos —dijo Terri.
—Exacto —apoyó Mel—. Aparecería algún vasallo y atravesaría a los muy bastardos en nombre del amor. O en nombre de la jodida causa por la que lucharan en aquellos tiempos.
—Las mismas por las que luchamos hoy en día —dijo Terri.

Laura sentenció:
—Nada ha cambiado.

Las mejillas de Laura seguían subidas de color. Sus ojos brillaban. Se llevó el vaso a los labios.

Mel se sirvió otra copa. Miró la etiqueta detenidamente, como si estudiara la larga hilera de números. Luego dejó la botella sobre la mesa, con lentitud, y alargó la mano despacio hacia el agua tónica.

—¿Qué pasó con la pareja de ancianos? —quiso saber Laura—. No has acabado de contar la historia.

Laura tenía dificultades para encender su cigarrillo. Las cerillas se le apagaban una y otra vez.
La luz del sol, dentro de la cocina, era ahora diferente; cambiaba, se hacía más tenue. Pero las hojas del otro lado de la ventana seguían trémulas, y me puse a mirar las formas que dibujaban en los cristales y en el tablero de fórmica. No eran formas iguales, claro está.

—¿Qué pasó con los viejos? —pregunté.
—Más viejos pero más sabios —comentó Terri.

Mel la miró con fijeza.

Terri prosiguió:
—Sigue con la historia, cariño. Era una broma. ¿Qué pasó?
—Terri, a veces... —empezó Mel.
—Mel, por favor —le interrumpió Terri—. No seas tan serio siempre, cariño. ¿No soportas una broma?
—¿Dónde está la broma? —inquirió Mel.

Mantuvo el vaso en la mano y miró fijo a su mujer.

—¿Qué pasó? —insistió Laura.

Mel clavó la mirada en Laura. Dijo:
—Laura, si no tuviera a Terri y si no la amara tanto, y si Nick no fuera mi mejor amigo, me enamoraría de ti. Y te raptaría.
—Cuéntanos la historia —le instó Terri—. Y luego nos vamos a ese restaurante nuevo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —dijo Mel—. ¿Dónde estaba? —Se quedó mirando la mesa; luego siguió con la historia—: Iba a verlos a los dos todos los días, y hasta dos veces al día cuando tenía que quedarme a visitar a otros enfermos. Escayolas y vendajes, de la cabeza a los pies, ambos. Ya saben, lo han visto en las películas. Ese era el aspecto que tenían, igual que en las películas. Sólo unos agujeritos para los ojos y para la nariz y para la boca. Y ella, para colmo, con las piernas en alto. Bien, pues el marido estaba deprimido la mayor parte del tiempo. Incluso después de enterarse de que su mujer saldría de aquélla. Seguía muy deprimido. Pero no por el accidente. Me refiero a que el accidente era una cosa, sí, pero no lo era todo. Yo me acercaba al agujero de su boca, y él me decía que no, que no era por el accidente exactamente, sino porque no podía verla por los agujeros de los ojos. Decía que era eso lo que le hacía sentirse así de mal. ¿Se lo imaginan? Puden creerme, al hombre le rompía el corazón no poder volver la maldita cabeza para ver a su maldita esposa.

Mel nos miró a unos y a otros y, ante lo que estaba a punto de decir, meneó la cabeza.
—Digo que lo que estaba matando a aquel pendejo era que no podía mirar a su jodida mujer.

Los tres miramos a Mel.
—¿Entienden lo que quiero decir? —preguntó.

Puede que para entonces estuviéramos ya un poco borrachos. Sé que nos resultaba difícil mantener las cosas en su justo punto. La luz abandonaba ya la cocina, se retiraba a través de la ventana hacia el lugar de donde había venido. Y sin embargo nadie hizo el más mínimo ademán de levantarse para encender la luz de encima de nuestras cabezas.

—Escuchen —propuso Mel—. Acabemos esta puta ginebra. Todavía queda para una ronda más. Luego nos vamos a cenar. A ese sitio nuevo.
—Está deprimido —observó Terri—. Mel, ¿por qué no te tomas una pastilla?

Mel sacudió la cabeza.
—He tomado todo lo que hay.
—A todos nos hace falta una pastilla de vez en cuando —dije.
—Hay gente que las necesita desde que nace —comentó Terri.

Frotaba con el dedo algo que había encima de la mesa. Luego dejó de hacerlo.

—Creo que me apetece llamar a mis hijos —dijo Mel—. ¿Les importa? Voy a llamar a mis hijos.
Terri le avisó:
—¿Y si Marjorie contesta al teléfono? Eh, chicos, ¿les hemos hablado de Marjorie? Cariño, sabes muy bien que no quieres hablar con Marjorie. Te hará sentirte peor.
—No quiero hablar con Marjorie —reconoció Mel—. Pero quiero hablar con mis hijos.
—No pasa un día sin que Mel diga que tiene ganas de que su ex mujer vuelva a casarse. O de que se muera —explicó Terri—. En primer lugar —afirmó—, nos está arruinando. Mel dice que si no se casa es sólo para fastidiarle. Tiene un novio que vive con ella y con los niños. Así que Mel mantiene también al novio.
—Marjorie es alérgica a las abejas —contó Mel—. Cuando no rezo para que vuelva a casarse, rezo para que se le eche encima un maldito enjambre de abejas y la mate a aguijonazos.
—Qué vergüenza —dijo Laura.
—Bzzzzz —susurró Mel, convirtiendo sus dedos en abejas y haciéndolas zumbar en dirección a la garganta de Terri. Después dejó caer las manos a ambos lados.

»Es perversa —dijo Mel—. A veces se me ocurre ir a su casa vestido de apicultor. Ya sabes: esa especie de yelmo con la plancha que te tapa la cara, los grandes guantes y el traje acolchado. Llamo a la puerta y suelto el enjambre dentro de la casa. Pero antes tendría que asegurarme de que no estuvieran los chicos, por supuesto.

Cruzó las piernas. Le llevó su tiempo hacerlo. Luego puso ambos pies en el suelo y se inclinó hacia adelante, con los codos sobre la mesa y la barbilla en el hueco de las manos.
—Puede que no llame a mis hijos. Puede que no fuera tan buena idea. Puede que lo que hagamos sea irnos a cenar. ¿Qué les parece?
—A mí me parece bien —asentí—. Comer o no comer. O seguir bebiendo. Yo podría seguir hasta que anochezca.
—¿Qué quieres decir, cariño? —preguntó Laura.
—Exactamente lo que he dicho —respondí—. Que podría seguir. Eso es todo lo que he dicho.
—Pues yo comería algo —confesó Laura—. Creo que no he tenido tanta habre en mi vida. ¿Hay algo para picar?
—Sacaré queso y galletas —dijo Terri.

Pero Terri siguió sentada. No se levantó ni trajo nada.

Mel volcó su vaso. Lo derramó sobre la mesa.
—Se acabó la ginebra —anunció.
—¿Y ahora qué? —dijo Terri.

Oía los latidos de mi corazón. Oía el corazón de los demás. Oía el ruido humano que hacíamos allí sentados, sin movernos, ninguno lo más mínimo, ni siquiera cuando la cocina quedó a oscuras.


Raymond Carver

julio 24, 2016

No, no es porque haya pasado nada.
No, no es porque de repente haga frío,
de hecho,
afuera ha salido el sol,
como hace muchos días que no sale.
No, no es que extrañe el pelo largo,
el maquillaje,
los anillos,
los tacos altos,
ni tampoco a esos amigos.
No son las horas muertas,
no es la lluvia,
no son los libros sin leer sobre la repisa.
No es porque todavía no me reciba,
ni porque esta casa
se me haga cada vez más chica.
No es porque extrañe el azúcar
que ando como una insomne
mendigándole al café una caricia.
No porque no haya con quién
compartir el vino y
no, definitivamente no es
porque haga frío.

Anna. 

julio 20, 2016

La reina mira impasible desde su silla de oro. Su mirada azul recorre las mascaradas. No baila. Han hecho la fiesta al aire libre, en un claro, en medio del bosque, como si fuesen elfos, o duendes. En el medio hay un fogón que alumbra las máscaras mientras giran y saltan al ritmo de la música. Fuera del claro está el bosque silencioso, algunas parejas besándose en la oscuridad.

Suena una melodía extraña. La reina sonríe apenas iluminada por el resplandor un poco alejado del fuego. Sus damas y caballeros la espían con disimulo. Piensan aliviados que se entretiene, y es cierto; aunque sus ojos están en realidad viendo un salón lleno de luces blancas. La melodía era la misma entonces.

Avy no la conoce. Es la primera vez que escucha semejante música y se desconcierta. Viste un vestido verde como las hojas en verano. Mira desde un costado las parejas que bailan y suspira. A lo lejos reconoce a algunos de sus amigos bebiendo alrededor de una mesa. Se ríen.
Adentro del salón hace calor y se quita la máscara. Alguien le ofrece una mano y ella acepta.  Su pareja tiene el pelo negro muy largo y un antifaz plateado. Le estrecha la cintura con firmeza. ¿Cómo se llama esta música? Le pregunta un poco cohibida por la cercanía. Por encima de su hombro espía a otras parejas.

- Es un vals –contesta el hombre con voz grave. A Avy le parece reconocer sus ojos negros, pero está dudando. Su corazón es un timbal.



- ¿Me concede esta pieza, majestad?
- No sabía que bailabas, Vandel.
- Los magos somos expertos en el arte del baile. Como en casi cualquier cosa.

La reina sonríe. Acepta la mano que le ofrecen. La gente les abre paso. Dónde estás, Avy, dice Vandel con un suave tono de reproche en la voz. La reina va vestida de blanco, y parece una luna esbelta en medio de la pista. Bailan. Él tiene una mano en su cintura. Ella balancea el vestido. Dan vueltas alrededor del fogón, la gente los aplaude. Los músicos alargan las notas.

Un vals, sigue diciendo Vandel. ¿Habías bailado un vals alguna vez? La reina asiente. Mira al mago y al mismo tiempo no lo mira. Sí, una vez, contesta y su voz parece venir de otro lado. Hace mucho tiempo. La luna ilumina la cara del mago como un antifaz plateado. La sonrisa de la reina es un pájaro viejo, como el tiempo.


Anna

julio 02, 2016

Fotografía

Shashin, 1924

Un hombre feo —es duro decirlo, pero ciertamente fue por su fealdad que se convirtió en poeta—, bien, este poeta me dijo lo siguiente:

"Odio las fotografías, y muy rara vez se me ocurre sacarme una. La única vez fue hace cuatro o cinco años con una muchacha, con motivo de nuestro compromiso. Me era muy querida. No creía que una mujer como ella volviera a aparecer en mi vida. Ahora aquellas fotografías son mi único recuerdo hermoso.
"El año pasado, una revista me pidió una foto. Corté mi parte de una fotografía en la que aparecía con mi prometida y su hermana, y la mandé a la revista. Hace poco un reportero vino a pedirme otra fotografía. Dudé por un momento. Pero al final recorté por la mitad una donde estábamos mi novia y yo, y se la entregué al reportero. Le pedí que me la devolviera, pero no creo que lo haga. De todos modos no tiene importancia.
"Dije que no tiene importancia, pero la verdad es que me sobresalté al ver la mitad de la foto donde mi prometida había quedado sola. ¿Era la misma muchacha? Déjeme contarle sobre ella. La muchacha de la foto era bella y encantadora. Tenía diecisiete años y estaba enamorada. Pero cuando miré la foto que tenía en mis manos —la fotografía de la muchacha separada de mí— me di cuenta de lo insulsa que era. Y hasta ese momento había sido la más bella fotografía que yo hubiese visto...
En un instante desperté de un largo sueño. Mi precioso tesoro se había desmoronado. Y entonces..."

El poeta bajó todavía más la voz.
"Si ve mi foto en el diario, ella también pensará lo mismo. Y se sentirá mortificada por haber amado a un hombre como yo. Bueno, ésa es la historia. Pero me pregunto, ¿y si el diario difundiera la foto de los dos juntos, tal como fue tomada, volvería ella a mí creyéndome un hombre espléndido?"


Yasunari Kawabata
Historias en la palma de la mano.

junio 28, 2016

Tu mano sobre mi mano, bajo mi mano, en mi mano, por y para mi mano. Tus dedos calientes dibujando círculos sobre el lago frío y blanco de mi piel, como patinadores sobre el hielo de mi mano, como artistas esculpiendo un mármol. El calor de tu mano que da vida, que da sentido, que da.


Anna.

junio 24, 2016

"Debería estar solo en el mundo. Sólo yo, Steiner, ningún otro ser vivo. Sin sol, sin cultura. Yo, desnudo en una roca alta. Sin tormenta, ni nieve, ni bancos, ni dinero, ni tiempo, ni aliento. Entonces, por lo menos, no tendría miedo."


El gran éxtasis del escultor de madera Steiner
Werner Herzog (1974)

junio 12, 2016

Ahora debo considerar cómo los sabios del futuro describirán esta histórica noche.

"Mucho tiempo después de que el sol se retirase a su lecho, oscureciendo las puertas y ventanas de la Mancha, don Quijote, con paso decidido y firme expresión en su rostro, veló armas en el patio de un magnífico castillo.

Oh, torpe fabulador de vacías vanaglorias. Esta, de todas las noches, es la menos venturosa para dar rienda suelta a la vanidad.

¡No! ¡Don Quijote, no!

Inhala un aliento de vida y considera cómo debes vivirla.

No pidas nada para ti sino para tu alma.

Ama, no lo que eres, sino aquello en lo que te puedes llegar a convertir.

No busques el placer, pues podrías caer en el infortunio de encontrarlo en demasía.

Mira siempre adelante; en los nidos de antaño no hay pájaros de hogaño.

Sé cabal con los hombres, sé cortés con las mujeres.

Vive con la imagen de aquella que alienta y justifica tus proezas.

Vive por Dulcinea."

- ¿Por qué hacéis estas cosas?
- ¿Qué cosas?
- ¡Estas ridículas cosas que hacéis!
- Por añadirle una pizca de nobleza a este mundo.
- El mundo... el mundo es un estercolero, ¡y nosotros no somos sino gusanos que nos arrastramos por él!
- Mi señora sabe que hay algo más noble en su corazón.
- ¡Lo que hay en mi corazón hará que me gane la mitad del infierno! Y a vos, señor "don Quijote", os van a moler a palos.
- Ganar o perder poco me importa.
- ¿Qué os importa?
- Seguir un ideal.
- *escupe*...por vuestro ideal.

- Qué significa... ¿qué es un ideal?
- Es la misión del verdadero caballero. Su deber... no, no. Su deber, no: su privilegio.

Escena de la obra "El hombre de la mancha" (Dale Wasserman)
Basada en el libro "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha" de Miguel de Cervantes Saavedra.

José Sacristán - El sueño imposible
Elvis Presley - The impossible dream

junio 08, 2016

Laberinto

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da horror a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera.


Jorge Luis Borges

mayo 30, 2016

"Io ti voglio bene
come nella mia vita
non è accaduto mai,
così profondamente,
che ho paura di me,
di questo smisurato amore
che adesso provo per te.

Io ti desidero,
un desiderio nuovo che mi tormenta.
Talvolta mi domando com'è possibile
che mi debba addormentare,
mi debba risvegliare, andare e ritornare
e avere te, sempre davanti a me,
negli occhi miei, nei miei pensieri,
in ogni istante della mia vita.

Io ho bisogno di te
come la barca ha bisogno del mare per poter andare,
la primavera ha bisogno del sole per poter fiorire,
la farfalla di un fiore,
un bimbo di una mano che l'accompagni,
un cane di un padrone
e del vento l'aquilone per poter volare,
ed io di te, sempre vicino a me
in ogni istante della mia vita."




"Come hai fatto"
Domenico Modugno