agosto 25, 2016

Algunas noches mi alma se dobla en dos, como atraída por la gravedad, una mitad me tira hacia el piso con un irresistible afán de quebrarse al medio. Son esas noches cuando miro la pintura de uñas roja sobre la repisa del escritorio y pienso en cómo me pintaba las uñas el día del desfile, porque pensaba que iba a verte, y me temblaban las manos, y me hablaban los pacientes porque estaba en el trabajo, y mis uñas eran un espantoso charco rojo, y eso me daba tantas ganas de llorar -pensar que iba a verte y mis uñas estaban terribles-. Con el mismo empeño y el mismo temblor de manos me había maquillado, más temprano esa misma tarde, y había tardado tanto en elegir la ropa, y me había puesto toda ajustada y no había llevado abrigo, y todo para verte, y aunque era octubre me cagué de frío.

Vos no estabas en el desfile. Quiero decir, desfilaste, sí, y después ya no estuviste más. Yo tuve que esperar hasta el final porque al set no nos dejaban entrar si no éramos "del stuff" nos dijo un patovica. Igual no sé si hubiera querido verte en el set, rodeado de mujeres pintándote y peinándote y ayudándote a vestirte y otras tantas haciendo lo mismo alrededor tuyo, vos rodeado de mujeres que se cambian para salir a desfilar, mujeres desnudas con las que te codeás a diario en los escenarios y con las que intercambiás sonrisas detrás de bambalinas. Yo esperaba verte solo a vos. Así que esperé cerca de la puerta a que terminara el desfile, sin prestarle atención a las pasadas. Mi hermana salió primero, y estaba tan feliz. ¡Viste mis cosas! me dijo. La verdad que no, pero le dije que sí. Vos no saliste nunca. No me atrevía a preguntarle a nadie porque no se suponía que yo estaba ahí para verte. Se suponía que yo iba a ver a mi hermana, pero ella, que probablemente me había leído el pensamiento, comentó como al pasar mientras hablaba con otra persona cerca mío que te habías tenido que ir antes de que terminara. Durante las últimas pasadas, dijo.

Entonces tuve esta sensación, como la que tengo ahora que miro la pintura de uñas, y estoy inclinada sobre la silla en una pose sin retorno, con el cuerpo contraído en el recuerdo de la desilusión. Te habías ido, sin más. No ibas a ver ni mi maquillaje, ni mis uñas, ni ibas a saber nunca con cuánto esmero las había combinado con mi ropa interior. No ibas a saber nada de eso, porque te habías ido, y yo me preguntaba por dónde, hacia dónde. En qué lugar, bajo este enorme cielo. Y por qué no te quedaste. Por qué siempre parece que me huís. Por qué siempre estás tan bien sin mí mientras yo me pinto las uñas y pinto el escritorio pintandome las uñas, y el teclado de la computadora, y las órdenes de los pacientes, y todo para que vos te hayas ido, otra vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario