noviembre 22, 2015

¿Cómo puede ser que sepa dónde estás? ¿Que sepa con quién estás y lo que vas a hacer esta noche? ¿Y que yo sea nada más que una constelación lejana en tu mapa y sepa, y ese saber me esté gastando, gastando como a las piedras? Un corazón aplastado, mil y un veces aplastado, por ese río tuyo, que me va erosionando. ¿Nunca sentiste que hacía falta mantener todos los músculos tensionados, porque si aflojabas medio segundo podría ser que estallaces en mil pedazos? Yo sé lo que pensás de mí, lo que ellos piensan. Pero qué importa. Ya nunca quiero volver a escuchar mi nombre con esas voces. Por esa manía de juzgarme me ha quedado la costumbre enraizada. A veces no escucho cuando me llaman, como si no fuera yo. Algún cable está desconectado del mundo.

Pero está él, todo él, que es tan, tan necesario, todo, todo él, en un cielo chiquito pero cercano, al que vos no vas a llegar. Para ir a la luna se necesitan compartimentos de a dos y vos no sabés construirlos. Y aunque mis noches sean de un insomnio blanco, aunque ya no existe el sueño de la familia con la casa, el perro, los gatos, aunque no sepa qué hacer conmigo ni con el mundo y quiera morirme de a ratos, escarvo amor con palillos, y sigo viva, dividida, hecha mil pedazos.

Decime, ¿por qué iría a buscarte, un día que no es el día, por qué destruiría lo poco que me queda en la vida, para morirme en tu sombra, después, con tu partida? ¿Le vas a dejar a este, mi árbol de Navidad viejo y deshojado, mi media sola agujereada -sobre una chimenea apagada-, nuevos besos ausentes, nuevas despedidas, nuevos lazos nunca unidos, nuevos desvelos, nuevos suicidios?



Anna

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