noviembre 21, 2015

Cielorojo no es parecida a Avy. Es sacerdote como Avy. Es rubia como Avy. Pero no es parecida. El pelo de Cielorojo es amarillo oscuro, amarillo sol de ocaso. El pelo de Avy es amarillo casi blanco, como los primeros rayos del sol cuando amanece. Avy no susurra la magia como Cielorojo, recitándola como un secreto, pintándose los labios con su poder sombrío. Cuando Cielorojo conjura, los árboles tiemblan como si soplara viento, la tierra tiembla, los hombres. Cuando Cielorojo hace el amor es como una tormenta, muerde en los lugares sensibles, clava las uñas hasta dejar su huella. El cuerpo blanco de Cielorojo es como el fondo del mar, irresistible y peligroso, hermoso y oscuro. Krygon lo recorre con sus manos ásperas de espadas y escudos, dejándose ahogar por momentos en sus aguas turbias. Los ojos violeta de Cielorojo le recuerdan los ojos de los dragones del tiempo.
La magia de Cielorojo es violeta, como sus ojos.

Sentado en la cama, Krygon la mira dormir; todavía desde la inconsciencia del sueño, Cielorojo es Cielorojo. No hace tanto calor, pero duerme destapada, sus pechos insolentes apuntando al cielo nocturno, su melena rubia esparcida como un charco dorado por la almohada. Krygon le pasa el dedo índice por su frente pálida, por la nariz, y se levanta antes de llegar a su boca, a los labios violetas de Cielorojo que suspira en sueños.

Hace días que no puede dormir y no sabe por qué. Aunque no hay nadie más que ellos en la casa, se viste para salir a la salita, cruzar la salita y encontrar la bota con agua sobre la mesa junto a la cena a medio comer, junto a los platos sucios con la cena de varios días atrás. Por la ventana entra la luz de la luna, que se ve gorda y clara sobre la torre del bastión de Dalaran, y Krygon toma largos sorbos de agua que se le escurren por el mentón y luego por el pecho, sin mirarla. La puerta de la habitación del otro lado de la salita permanece cerrada. Aunque Cielorojo ha insistido, no ha podido volverla a abrir. Sabe que no hay nadie, que ya no hay nadie, ni lo habrá, pero igual no puede acercarse y abrirla, simplemente abrirla y no encontrar. No encontrar nada. Prefiere dejarla cerrada e imaginar una cascada de pelo color amanecer bañando las sábanas de colores, como la vio tantas otras noches con una luna igual.

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