noviembre 16, 2010

Lo buscó por todas partes. Despanzurró cajones, arrancó las hojas de los libros y volteó muebles, por todos lados lo buscó. Revolvió los adornos de los estantes, bajo las alfombras y entre el hollín. Le preguntó por él a todos los que conocía, y a los que no conocía y ese día se le cruzaron, también. Lo buscó escondido en la sombra de las cortinas y en los pliegues de las sábanas, lo buscó entre los restos de comida de la noche anterior, y en los bolsillos de su almohada. Pero no estaba.

Sólo después de haber abierto todas las puertas, y vaciado todos los ceniceros, sólo después de haber desvalijado todos los armarios y desarmado todos los sillones, se acordó, y con consternación debió resignarse a su pérdida. Sólo después de descocer todos los vestidos y abrir todas las cerraduras, se acordó que la noche anterior había renunciado a él al arrojárselo. Se acordó, de que él se había ido y se lo había llevado. Se acordó de las copas rotas, del vino en el suelo y de su cara seria. Se acordó de sus ganas de irse.

Y con consternación, debió resignarse a su pérdida.



Anna.

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