noviembre 17, 2010

Muro de Berlín

De a poquito, todo vuelve a su cause. El río desbordado retrocede, arrepentido, hasta la cuna que lo arrulló desde siempre. Los corazones tibios vuelven a enfriarse después de un verano demasiado caliente. Los espejismos de libertad se difuman después del primer sorbo de agua, y el muro de Berlín sigue ahí, todavía.

Las palabras que fueron hechas para no decirse vuelven a apilarse en los estantes del desván, bostezando. Las palabras que otros tenían prisioneras escapan todas nuevamente y de a poquito se apoderan de los poemas que fueron suyos.

Lentamente el tiempo hace olvidar las locuras que por un desliz se escaparon un instante para hacer de las suyas. Lentamente se sacuden el polvo los ortodoxos, los rectos y los moralistas, y carraspean para seguir con el hilo de un discurso que se estacionó hace meses por un descuido del destino, como si nunca hubiesen sido interrumpidos.

Como si esa estación robada no hubiese existido, como si las costumbres de los cínicos nunca hubiesen sido disueltas por el intento suicida de un río que se desborda.

Como si lo hubiésemos inventado...

Tal vez de verdad lo hicimos.



Anna.

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