noviembre 24, 2010

Porqué será que perdonar es tan difícil.
              Perdonar al paso del tiempo.
                       Perdonar a los cambios.
                              Perdonarse a uno mismo.

Mientras camina arrastrando los pies, le parece que no es ella la que mueve su cuerpo, tan cansada está. Mientras espera el taxi, dice la dirección y sus ojos se empañan en el vidrio, desea con todas sus fuerzas no ser ella. Mientras baja, paga con muchos billetes chiquitos y huye, del taxista y su cara de domingo por la tarde, de la calle y su hipocresía ensordecedora, de la lluvia que ya empieza a caer sin permiso, desea no ser ella. Desea, lo anhela tan, tan fuerte que le duele, y aún así, sigue sintiendo sus pies cansados, sus ojos empañados. Se sigue sintiendo ella.

Recorre los pocos metros todavía secos de cemento gris que la separan de la puerta, e intenta abrirla sin darse cuenta de que está todavía con cerrojo. Mete la mano en el bolso, tantea el metal frío de las llaves, elige la indicada y trae a su cerebro el procedimiento adecuado para abrir una puerta. La abre.
Adentro está oscuro y vacío. Nadie que diga "bienvenida a casa", nadie esperando con la mesa puesta y la radio prendida. Nadie que la espere.

Y ella desea con todas sus fuerzas no ser ella.

Perdonarse
                       a
                            uno
                                      mismo.



Anna.

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