septiembre 19, 2014

Alcarnor. Alcarnor, Alcarnor, Alcarnor. Lo pronuncia muchas veces bajito tratando de hacerlo suyo, la A gigante como para comer un pastel de Aimee, la L, la C como una piedra en un río, la otra A, R como ronroneo de gato, N como un nudo en la garganta, O, un gato dormido junto a un fuego en invierno.

¿Qué hacés? le pregunta él en lengua común. Está medio dormido. Avy le sonríe acariciándole una oreja, esa oreja tan diferente a la suya. Todo en él le parece extraño, extravagante. Alcarnor se vuelve hacia ella con los ojos semi abiertos, el enorme cuerpo moreno tallado a fuerza de entrenamiento y guerras y más entrenamiento, un cuerpo duro por el sol, por los maltratos de las campañas, y sin embargo, tan vulnerable así, desnudo. Decime tu nombre, le pide otra vez.

Alcarnor, dice él. ¿No te cansás, no?

Ella se ríe con esa risa cantada que tanto le gusta a él.
Otra vez. Alcarnor. Otra. Alcarnor. ¿Tanto te gusta?

Avy no contesta. Garabatea las letras en el aire, luego sobre él, las saborea en su boca, las olfatea en todo su cuerpo, las hila cuidadosamente para pronunciar al nombre como él lo hace, la A entre su pelo, L como el puente entre su pecho y el de él, la C dentro de su boca, otra A sobre su pecho que sube y baja agitado, después la R en un gruñido, la N bajando por su cuerpo hasta la O en su obligo hondo como un universo para entrar directamente en su nombre con esa tosquedad grave tan de humano, tan de humano, con sonidos que son tan extraños para su lengua, como todo él para el resto de su cuerpo. Alcarnor, tan humano, tan suyo, y de nuevo tan humano.



Anna

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