febrero 08, 2013

En estos días


Te sientas en la silla frente a la ventana.

La vereda bajo el sol tiene la nostalgia de un río seco. El caudal de basura de tantos desconocidos se estanca en el borde del cantero y ya ni el viento puede sacarlos, estrujados por la inercia del consumo. Las sobras del sabor publicitario. Los envoltorios de chicles, cigarrillos y galletas transitaron a lo largo de toneladas de asfalto de carretera hasta llegar al quiosco, y ahora el rojo metálico salido de las procesadoras de México brilla sucio entre dos ladrillos de tu ciudad. Así de inmenso debe ser el mundo.

Te sientas en el borde del balcón y te apoyas en la baranda de tornillos viejos.

Te sientas frente al televisor.

Por la pasarela de los canales desfila Londres, La Paz, Sao Paulo y Japón. Un avión cayó en Bruselas y hay ciento cuarenta y dos muertos hasta ahora. Tome Lexotamil y relájese. Una rubia sonríe mejor porque usa shampoo anticaspa con aloe. El mundo llega comprimido por el cable y presume de ser tan grande que en algún lugar debe estar el antídoto para tu soledad. Su llegada en las novelas siempre se anuncia con una melodía de piano y fuegos artificiales. Suena el teléfono. Un huracán en Centroamérica dejó miles de damnificados. Disfrute el otoño con accesorios turquesa o verde manzana. Suena el teléfono pero no te levantas a atender.

Te sientas frente al monitor.

Tu cuerpo ya ha tomado la marcha obediente de la aguja del tiempo. Te conectas como ausente y te comportas como ausente. Tus compañeros de clase te buscan y titilan en la pantalla, pero te quedas ahí mirando el puñado de letras. No escuchas el piano, no ves fuegos artificiales.

Te sientas en la parada del ómnibus.

En la escalera de un gimnasio.

Te sientas en la entrada de un edificio.

Tus pupilas se pierden en la distancia. Pasa un cartero diciendo tu nombre y no le prestas atención porque tus ojos se concentran en el horizonte, que pronto se va levantar como un telón para que el personaje principal de tu vida entre a escena y te envuelva en su compañía. Llegará para recordarte que esta pecera cotidiana que te encierra no es el océano, y que la primavera entrará por debajo de la puerta para hacerte sentir como en casa. Pasa un taxi desocupado.


Te sientas en un banco de la plaza.

Pasa la amiga de la infancia que perdiste al cambiarte de escuela y no la ves. Pasa un perro hecho de hambre y piel. Pasa un camión de juguete, pasa un circo de abrazos y una mariposa de Júpiter. Pasa una carabela con fiesta de piratas, y una nube y una galaxia y un león con sombrero. Paso yo caminando por la comisura de tu boca y te ofrezco un cigarrillo. El último de la caja. Pero no escuchas la melodía de piano. No ves fuegos artificiales.

El sol sigue yendo y viniendo sobre tu cabeza como una máquina, los días siguen fotocopiándose y saliendo por la ranura para apilarse en el polvo. Te vendieron que la esperanza es una forma de esperar, y eso se ha vuelto tu mayor vicio.


Te sientas en la cama.



Gustavo Martínez Figueroa
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