junio 30, 2010

Danza

Sólo bailar y bailar… bailar hasta que me revienten los pies. Bailar hasta que haya sonado toda la música del mundo, hasta que no queden más lentejuelas en mi traje. Bailar hasta que la mente se me quede en blanco y deje de escucharlos diciéndome qué hacer. Bailar hasta que no pueda levantar más los brazos ni mover las piernas, hasta que se me quiebren los labios y se expriman mis pulmones. Bailar, cantar, reírme. Escuchar la música y olvidar.

Olvidar todo.


Anna.

junio 26, 2010

Te amé con locura, te convertí en mí, en mi vida, en mi luz y mi sombra, en mi sueño más perfecto. Te hice con telas de piel y huesos, pero con alma al óleo y de versos cruzados; cosí tus partes con cariño, con el cuidado del que teme perder(te). Uní tus cabellos con miel, pinté tus labios con sangre. Te hice modelo y amante, y me enamoré de tus ojos, de tus pupilas adornadas de crisantemos y caracoles.

Te amé como nadie. Y tú, sabiendo, y porque lo sabías, te arrojaste sin orgullo contra el mármol asesino de las escaleras. Para que yo no pudiera olvidarte. Para que no pudiera nunca dejar de amarte. Para vengarte porque te había quitado la manzana de oro que soñé en tu corazón. Para que nunca pudiera devolvértela.

Porque vos también me amabas.


Anna.
Es increíble como hielan los pies cuando uno camina solo. Bueno, tal vez así pasa siempre, pero es como si al caminar solo uno lo notara todavía más. Como si encima de que hace frío, y está todo gris, al invierno no le alcanzara con verme caminar hacia ningún lado y me pinchara con sus manos heladas la planta fina de la zapatilla, que poco se resiste a ellas.

Así, con los pies helados y una mano en el bolsillo, caminando acompasado con el ritmo de mi respiración, voy hacia ningún lado.

En la cabeza me hacen ruido pisadas de personas que no encuentro caminando conmigo. Y mientras atravieso los lugares ya conocidos, me parece que recién ahora estoy viviendo algo, y que todo lo anterior no fue nada más que un sueño. Mirá, en el bar de esa estación de servicio fue donde lo conocí a Tellperion, me digo sin saber si echarme a reír, porque me acuerdo de cosas que ya no existen. O quizás no existieron nunca.

De pronto me pregunto por qué el mundo está tan callado, y levanto la vista, dejando que la brisa fría me revuelva el flequillo. Me doy cuenta de que el semáforo está en rojo, y no hay autos andando. No hay nadie. La brisa se detiene, y yo también; por un eterno instante, es como si el mundo se hubiese parado.

Creo que contengo la respiración, inconscientemente, y ese momento me atrapa, me arrincona, y me da miedo, estar tan solo. Quedate, me dice alguien, una voz que conozco. O que solía conocer. No te vayas. Quedate. Y yo, saboreando ese sonido tan gastada por lo años, quiero hacerle caso. Quiero dejarme convencer, quiero quedarme. Ahí, aquí. Entonces, ahora.

Y entonces el semáforo se pone en verde, y pasa un auto raspando el pavimento y levantando arena y barro. En la esquina, alguien protesta mientras se sacude la ropa salpicada. El bocinaje de la estación de servicio me aturde y el viento aprovecha que estoy distraído para congelarme las orejas. Siento el dolor punzante en mi cabeza por no respirar. Miro a mi alrededor, atontado por la falta de oxígeno, sin entender. Y me encuentro solo.

Y entiendo.

Ya es tarde, pienso, metiendo la otra mano en el bolsillo también, para intentar desentumecer los dedos. Al final decido no reírme.Y sigo caminando.





Anna.