marzo 21, 2013

Pronóstico de noviembre


Destrocé el cántaro de un sueño contra el zócalo.
Su río nace a los pies de la guitarra
y va vertiendo la espuma por la ranura de las baldosas.
Una transpiración de helechos imposibles
vapora su perfume al cielorraso
y mis pies descalzos
recuerdan el borde de aquellas ramas
que nunca conocí.
Enrabiado por empujar esta burbuja de rascacielos y postes de luz,
de supermercados y caucho quemado,
desgarro la distancia y me deslizo, despacio, por mi tallo,
herido de nostalgia de hacer pie en la luna
que tiembla en la superficie de los lagos.
Quiero perderme otra vez,
como lo hice jamás,
en ese bosque vivo
que crece en la espalda de un gigante
que duerme boca abajo
y medita sobre los nombres olvidados
de cada guijarro, cada trébol,
y del corazón secreto del panal.
Me parte la sed de un vino incontenible
¿Qué enredaderas crecieron en mis ojos?
¿Dónde está ese caballo
que retumba en un galope subterráneo
y pasta en la sombra de los libros?
¿En qué relámpago se revelará su relincho?
¿Cómo hacerlo salir por la gruta de mi pecho,
cómo dejarme secuestrar en su pelaje
brillante de sol
por los senderos que trazan los pájaros?
¿Cómo llevar conmigo
a quien sea
a esta soledad en carnaval?


Gustavo Martínez Figueroa
http://eexxppaannssiioonn.blogspot.com/
http://espaciosyespejos.blogspot.com/

marzo 16, 2013

"Mientras Aladino duerme, su mujer frota dulcemente su lámpara maravillosa. En esas condiciones, ¿qué genio podría resistirse?"

Ana María Shúa

marzo 06, 2013

no llores

todavía la vida es larga y nadie está muerto

el mundo gira
el universo está expectante

podría pasar cualquier cosa

cualquier 

cosa


Anna.
No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Esta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.

¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?

¡María Luisa era una verdadera pluma!

Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba de comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...

¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! !María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.

Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.

¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!

Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.



Oliverio Girondo