Me pregunté entonces por qué cuando pude no me hice pequeño y enterré en tu zapato. Por qué no te arranqué esos pedazos de atardecer que guardabas en tu bolso de peluche y ni me los quedé para recordarte ahora.
Imaginá mi sorpresa cuando levanto los ojos y una niña me ofrece su columpio con aire de superioridad. Yo la miro, inquisitivo, y sonrío pensando en vos…
Mi mundo diminuto se expande para abarcar una plaza más, como tantas otras plazas; esta plaza, este columpio, esta niña. Este atardecer con olor a usado. Como tantos otros atardeceres. Y esta sonrisa nacarada de niña que ya creció.
Es cuando me miro las manos y me doy cuenta… cuántas arrugas han dejado los años. Y, medio aturdido, me encuentro sin saber cuándo se me han pasado.
Anna.
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