Hoy me acordé de cuando contábamos semillas en la casa de tu abuela. Tu voz ronca de contar, el negro duro de las semillitas. Mil y tres semillas. O tal vez mil y cuatro. Tal vez no eran mil, después de todo.
Ahora cuando pienso en vos y te sé lejos, me parece que mi vida entera es como aquella vez: contar semillas, perder la cuenta, empezar de nuevo.
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