Hasta que tus amigos te digan que está bien.
Hasta que tu mamá te diga que está bien.
Hasta que tu hermana, tu papá, tus primos y sobrinas
te digan que está bien.
Hasta que tu profesor de canto te diga que está bien.
O hasta que te empiecen a quedar chicos
sus disfraces -como los míos-,
o hasta que Buenos Aires empiece
a ajustarte en el dedo su anillo.
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