julio 24, 2016

No, no es porque haya pasado nada.
No, no es porque de repente haga frío,
de hecho,
afuera ha salido el sol,
como hace muchos días que no sale.
No, no es que extrañe el pelo largo,
el maquillaje,
los anillos,
los tacos altos,
ni tampoco a esos amigos.
No son las horas muertas,
no es la lluvia,
no son los libros sin leer sobre la repisa.
No es porque todavía no me reciba,
ni porque esta casa
se me haga cada vez más chica.
No es porque extrañe el azúcar
que ando como una insomne
mendigándole al café una caricia.
No porque no haya con quién
compartir el vino y
no, definitivamente no es
porque haga frío.

Anna. 

julio 20, 2016

La reina mira impasible desde su silla de oro. Su mirada azul recorre las mascaradas. No baila. Han hecho la fiesta al aire libre, en un claro, en medio del bosque, como si fuesen elfos, o duendes. En el medio hay un fogón que alumbra las máscaras mientras giran y saltan al ritmo de la música. Fuera del claro está el bosque silencioso, algunas parejas besándose en la oscuridad.

Suena una melodía extraña. La reina sonríe apenas iluminada por el resplandor un poco alejado del fuego. Sus damas y caballeros la espían con disimulo. Piensan aliviados que se entretiene, y es cierto; aunque sus ojos están en realidad viendo un salón lleno de luces blancas. La melodía era la misma entonces.

Avy no la conoce. Es la primera vez que escucha semejante música y se desconcierta. Viste un vestido verde como las hojas en verano. Mira desde un costado las parejas que bailan y suspira. A lo lejos reconoce a algunos de sus amigos bebiendo alrededor de una mesa. Se ríen.
Adentro del salón hace calor y se quita la máscara. Alguien le ofrece una mano y ella acepta.  Su pareja tiene el pelo negro muy largo y un antifaz plateado. Le estrecha la cintura con firmeza. ¿Cómo se llama esta música? Le pregunta un poco cohibida por la cercanía. Por encima de su hombro espía a otras parejas.

- Es un vals –contesta el hombre con voz grave. A Avy le parece reconocer sus ojos negros, pero está dudando. Su corazón es un timbal.



- ¿Me concede esta pieza, majestad?
- No sabía que bailabas, Vandel.
- Los magos somos expertos en el arte del baile. Como en casi cualquier cosa.

La reina sonríe. Acepta la mano que le ofrecen. La gente les abre paso. Dónde estás, Avy, dice Vandel con un suave tono de reproche en la voz. La reina va vestida de blanco, y parece una luna esbelta en medio de la pista. Bailan. Él tiene una mano en su cintura. Ella balancea el vestido. Dan vueltas alrededor del fogón, la gente los aplaude. Los músicos alargan las notas.

Un vals, sigue diciendo Vandel. ¿Habías bailado un vals alguna vez? La reina asiente. Mira al mago y al mismo tiempo no lo mira. Sí, una vez, contesta y su voz parece venir de otro lado. Hace mucho tiempo. La luna ilumina la cara del mago como un antifaz plateado. La sonrisa de la reina es un pájaro viejo, como el tiempo.


Anna

julio 02, 2016

Fotografía

Shashin, 1924

Un hombre feo —es duro decirlo, pero ciertamente fue por su fealdad que se convirtió en poeta—, bien, este poeta me dijo lo siguiente:

"Odio las fotografías, y muy rara vez se me ocurre sacarme una. La única vez fue hace cuatro o cinco años con una muchacha, con motivo de nuestro compromiso. Me era muy querida. No creía que una mujer como ella volviera a aparecer en mi vida. Ahora aquellas fotografías son mi único recuerdo hermoso.
"El año pasado, una revista me pidió una foto. Corté mi parte de una fotografía en la que aparecía con mi prometida y su hermana, y la mandé a la revista. Hace poco un reportero vino a pedirme otra fotografía. Dudé por un momento. Pero al final recorté por la mitad una donde estábamos mi novia y yo, y se la entregué al reportero. Le pedí que me la devolviera, pero no creo que lo haga. De todos modos no tiene importancia.
"Dije que no tiene importancia, pero la verdad es que me sobresalté al ver la mitad de la foto donde mi prometida había quedado sola. ¿Era la misma muchacha? Déjeme contarle sobre ella. La muchacha de la foto era bella y encantadora. Tenía diecisiete años y estaba enamorada. Pero cuando miré la foto que tenía en mis manos —la fotografía de la muchacha separada de mí— me di cuenta de lo insulsa que era. Y hasta ese momento había sido la más bella fotografía que yo hubiese visto...
En un instante desperté de un largo sueño. Mi precioso tesoro se había desmoronado. Y entonces..."

El poeta bajó todavía más la voz.
"Si ve mi foto en el diario, ella también pensará lo mismo. Y se sentirá mortificada por haber amado a un hombre como yo. Bueno, ésa es la historia. Pero me pregunto, ¿y si el diario difundiera la foto de los dos juntos, tal como fue tomada, volvería ella a mí creyéndome un hombre espléndido?"


Yasunari Kawabata
Historias en la palma de la mano.