noviembre 24, 2014

En verdad,
crees que siempre
estoy alegre
y que nada me duele.
Ni tu partida.
Ni tu regreso.
Ni el frío
que nacerá
cuando de mí
te ausentes.

Uno es así,
cuando tiene tu edad.

Con tus años,
tú no conoces
la soledad.
A tu edad,
se la oye nombrar
a menudo
como a un pariente
muy lejano,
que nos alumbra,
desde lejos,
el fondo
del pecho.

Y uno cree
estar tan solo
y tan triste,
que la risa
de otros
nos parece
nacer
en la alegría.

Uno es así,
cuando tiene tu edad.

Pero uno se equivoca.
Y pronto descubre
estar avanzando por el tiempo.
La soledad, entonces
ya no tiene la edad
de nosotros,
sino la edad del alma.

Ahora tienes
que mirarme el alma,
para saber si estoy
solo conmigo,
cuando te marches
mañana.
Sábelo,
todo lo tuyo
me importa en extremo.
Tu mano,
dulce y pequeña,
guarda mi rostro,
mis cabellos,
mis labios
encerrados
en su cuenco
moreno.
Tus labios
hechos
para que yo
los besara,
me guardan
en su húmedo
mundo.
Tu pecho,
está invadido
por mi tacto
salvaje,
que te busca
intranquilo
por las tardes.

Tú lo sabes.

Cuando te vayas,
algo de mí
se irá contigo,
no lo olvides,
alma mía.

Pero cuando vuelvas
puede que ya no
regreses conmigo,
porque ya me habrás
abandonado.

Uno es así,
cuando tiene tu edad.
Tal vez
cuando tú vuelvas,
ya me haya marchado
para siempre de la vida,
sin que tú lo comprendas,
ni yo lo haya querido.
Pero antes, amor mío,
quiero que siempre
creas en mis labios.
En mi voz.
En mis combates.
Aun cuando no volvamos
a estar juntos
por las tardes.
llenas de viento
y jacarandaes.
Y que me mires como soy:
el más alegre de todos,
pero también el más triste.

Uno es así de extraño
cuando se tiene mi edad
y se lleva la gravedad
del mundo en la sangre.

Me gusta luchar,
para que todos podamos
ser felices algún día.
Lo sabes, amor mío.
Pero también
me gusta amarte
cuando hacia mí
vienen tus pasos.
Y sé que dudas tanto.
En verdad de verdades,
deberías quedarte
conmigo
para todos los tiempos.
Pero te vas,
sin que yo sepa
si volveremos
a vernos
solos
por las tardes.

Es tan extraña
y tan compleja
la vida,
que cuando vuelvas
puedes traer
otro nombre
escrito en las pupilas.
Amor mío,
lo sé, porque
también soy inconstante.


Otto René Castillo

noviembre 22, 2014

"En el momento en que lo vio, a Francisca no le quedó más remedio que esconderse detrás de una de las columnas de la estación. A pesar del vestido largo que se derramaba en lavanda por su cuerpo, el temblor en sus tobillos de paloma colegial se notaría a cualquier distancia.

Con una mano pálida y decidida buscó un espejo en su cartera y el labial rojo que hacía algunos años, en un arrebato infantil de picardía, había robado del cajón de los corpiños de la abuela que lo escondía con la vergüenza de una virgen. Se miró al espejo, su rostro era un incendio.

Protegida su retaguardia por la fría columna de la estación de trenes, se asomó valientemente por una esquina salvadora con expresión de cazadora furtiva: el caballero de encanto renacentista se rascaba el bigote con gracia y hablaba despreocupado con su compañero sin enterarse, ni por un ingrato segundo,de la existencia pequeñita de la niña escondida, que lo miraba como un animal perdido.

Se volvió, mareada y rápidamente a su guarida de roedor y se regaló a sí misma el aire que necesitaba en un suspiro. Y pensó (sus pensamientos eran un torrente que se mezclaban con el olor adormilante de los panes que vendía una señora, con los sonidos de besuqueo de otros dos que vivían su historia y con la pintura descascarada de la pared), masticó todas las posibilidades de exacta y científica explicación que encontraba para su asombro: pensó que le gustaban las armonías y la languidez que le entregaba el momento, pensó que había leído demasiadas historias de amor, plagadas de mosquitos y encajes, de algunos desenfrenados autores caribeños, pensó que acababa de enamorarse sin consuelo y que su vida sería la peor de las condenas desde ese momento, pensó en qué haría cuando llegara el tren, pensó en si estaban sucios sus zapatos, pensó en que debía tender su cama y mandar un telegrama a su mandre, pensó en el pan que vendía la señora, y volvió a pensar en el caballero, en que quizás era sólo un deseo súbito de bruja maliciosa y deseante, pensó que había pasado demasiado tiempo sola y en las estupideces femeninas que esto le hacía pensar, pensó en dejar atrás todos estos pensamientos para siempre y subió al vagón dándole, sin saberlo, la bienvenida a un nuevo y florido tormento."

Carmina Pérez Bertolli





noviembre 19, 2014

Qué vas a entender vos, es como si te sacaran los oídos y los cocinaran en consomé, ¿y qué ibas a hacer sin música en tu vida, ah? ¿AH? Y nada, obvio, seguir viviendo, o a lo mejor tirarte debajo de un colectivo, con algo de suerte volver a nacer perro o gato pero tener oídos. ¿Qué vas a entender de mí, de la sordera, más que un miedo ciego, un miedo irracional? Si no tenerte es como no tener palabras, sos todo lo que no se puede decir de otra manera. ¿Dónde estás, con quién estás? Me han dicho que estoy enferma y me la he creído, la gente por ahí va y se enamora y desenamora como quien tiene hambre y lo sacia con un guiso, y yo acá sin dormir, no importa el tiempo, me pisaste tantas veces y yo no duermo pensando en vos ¿entendés? ¿ENTENDÉS?
¿Acordarme de vos todo el tiempo sabiendo que vos no te acordás de mí?
¿Sucumbir a buscar de nuevo tu boca, descubrir que ya no es mía, que nunca lo fue?
¿Extrañarte porque estás lejos o tenerte al lado y extrañarte?
Vos nunca me pediste nada, siempre fuiste tan ajeno, tan independiente, tan libre.

Si vos me hubieras pedido, yo te traía la luna de Famaillá, dejaba subir al perro a la cama. Si hubieras gritado, si hubieras llamado. Si me hubieras dicho que estaba equivocada, si me hubieras mentido, no importa. Las cosas son así.



noviembre 12, 2014

El enamorado

Lunas, marfiles, instrumentos, rosas, 
lámparas y la línea de Durero, 
las nueve cifras y el cambiante cero, 
debo fingir que existen esas cosas. 

Debo fingir que en el pasado fueron 
Persépolis y Roma y que una arena 
sutil midió la suerte de la almena 
que los siglos de hierro deshicieron. 

Debo fingir las armas y la pira 
de la epopeya y los pesados mares 
que roen de la tierra los pilares. 

Debo fingir que hay otros. Es mentira. 
Sólo tú eres. Tú, mi desventura 
y mi ventura, inagotable y pura.


Jorge Luis Borges