julio 11, 2014

Siempre me han dicho que exagero, porque no hace tanto frío. Me ven de bufanda y gorro y se me ríen, me dicen que debe ser que el frío me sale de adentro. Debe ser. En invierno siempre me congelo en muchos sentidos, se me caen las hojas, como a los árboles, no tengo con qué defenderme de la gente, del clima, de la tristeza. Por demás, la estufa del consultorio no anda y los dedos se me ponen violetas después de un rato de escribir, aunque la gente que va y viene de la calle dice que acá adentro se está bien. Sí, puede ser, me digo, me hago un té, escucho música mientras charlo con los pacientes, tomo los turnos. Acá adentro se está bien. Sobre la vereda hay un naranjo repleto de frutas, de vez en cuando alguien abre la puerta y con la ráfaga helada entra el olor a naranja amarga. Acá adentro los doctores se ríen, me hacen bromas cuando me ven dibujar o bordar para matar el tiempo, me regalan chocolate, me dicen que el café está rico. Se hacen las nueve y casi siempre me busca algún amigo, salimos al frío, con la nariz y las orejas rojas, nos sentamos en un bar, hace diez grados pero igual nos tomamos una cerveza. Se está bien, tomando cerveza con bufanda, amontonados en bares casi vacíos en días de semana, riéndonos de las cosas que me contaron los pacientes o charlando de alguna película. Ahora veo películas. Se está bien así.
Algunas veces me ataca la melancolía y pienso en el verano, pareciera que el ciclo inevitable que lo traerá de nuevo se detuviera, el verano es otro país, otro tiempo. En la primavera me espera una muerte segura, la muerte antes del nuevo verde. Pero al final, después, siempre llega. Siempre.