mayo 25, 2009

Poesía en prosa - De la sombra y peter pan

¿Alguien quiere espiar los secretos que ese circo esconde bajo su carpa?

¡Atención, atención! Que una de estas llaves debería encajar en esa cerradura de marfil. Y que no hablo en barroco, les digo, no estoy loco, que sí he visto a la señorita vestida de jazmín, caminando con la lluvia arrojándose a sus pies, y coronada de un tiempo que nunca vi antes pasar por mi ventana.
¿Algún interesado en conocer a la dama? No sé todavía a qué sabe su nombre, pero sus manos me han dicho que lo regalan gratis a quien le devuelva la sombra que perdió un día debajo de aquella madreselva que crece en su jardín.


Algunas noches –me ha contado su espejo- la ha visto lamentarse en silencio, regando de pétalos las sábanas que le regaló un hombre extraño, que le dio así las gracias por cantar por las mañanas.

En una pared vi sus ojos dibujados, hechos de cal y calando el cemento, pintaditos color atardecer, quemando la piel de quien pasa frente a ellos, buscando entre tanta tierra y ladrillos, alguien que se los quiera llevar puestos.
Una Dulcinea sin su Quijote, vagando perdida entre las calles de cristal, cada cosa que su mirada toca, respira hondo y hecha a volar. ¿Quién puede seducir a la niña del deseo en los labios? Ay de mí, que le pago, a quien le cuente que la ando buscando, que he encontrado su sombra, que duerme cada noche entre mis brazos… que se la devuelvo si me dice su nombre y le pago por esa estrella que tiene por sonrisa el precio que me pida, que no tengo mucho que ella quiera, pero tengo espada y armadura, aunque ando sin princesa.

Alguien que le diga, a la joven de la luna en la cabeza, que las plantas de mi jardín se secan porque no cuido las flores, que desde que la vi a ella ninguna me parece más bonita. Y las quimeras de mis sueños se marchitan en la espera.


Anna.

mayo 12, 2009

Ahora

Ahora que la adolescencia es un septiembre lejano,
humo de cerveza en un portal, un verano inacabado.

Algunos años en la facultad de ciencias,
papeles escritos, ron de Cuba, hojas de hierba,
un tren dormido en una vía muerta,
la luz de la ventana azul que siempre estaba abierta.

Ahora que quedan tan lejos las playas de Corfú,
las estaciones de trenes de Praga, Hamburgo o Estambul,
los viajes que trajeron a otros vistiendo nuestros cuerpos,
la luz de una cafetería, los amores conversos.
Ahora que te cansas y las piscinas cierran,
y apura el último baño la luz de las estrellas.

Ahora que regreso a los lugares a donde quise huir
y nadie me espera allí.
Ahora que casi llego a fin de mes,
y que amo a una mujer. Que amo a una mujer.

Ahora que pago las facturas, que me besó en La Habana,
que sueño con la Candona, que ya no escribo cartas,
que cumplimos más años que promesas,
que se hunden nuestros corazones como la vieja Venecia,
que llego tarde a los cines y al fin del planeta,
que alquilo un pequeño piso en un castillo de arena.

Ahora que duelen las resacas y cortan como una navaja.
Ahora que nadie nos saluda por los bares de Malasaña,
que pido auxilio, besos y comida por teléfono,
que fumo flores y lloro a veces mientras duermo.
Ahora que tiemblo como un niño abandonado.
Ahora que viejos amigos nos han traicionado.

Ahora es el momento de volver a empezar,
que empiece el carnaval,
la orgía en el Palacio de Invierno,
de banderas y besos.
Se cayeron mis alas y yo no me rendí,
así que ven aquí,
brindemos que hoy es siempre todavía,
que nunca me gustaron las despedidas.



Ismael Serrano