marzo 23, 2009

Hipocresía


Te veo, pero no te miro.

Me estás hablando, ya sé, te veo mover los labios. Pero yo ya no quiero escucharte, ya no.
Uñas de nácar y labios de vaselina, con besos que son puro cuento y un dejo amargo a mentira debajo de la lengua, si te persiguen, será por tu olor a miel y rosas, por la promesa de noches deliciosas que ofrece tu boca a quien la quiera probar. Pero tu piel es capricho y sarcasmo todo junto; no hay quien no se incline con el peso de tu amor, falso y engreído, harto de orgullo y egoísmo.

Abrí los ojos bien, que quiero ver si en el fondo me reflejo. A lo mejor me doy cuenta que están vacíos y vos también me ves, pero no me estás mirando. Así somos dos, y tal vez nos entendamos. Tu sonrisa se me resbala por los hombros como agua fría… y yo intento no quedar prisionera en ese mundo de plástico, ironía y café amargo.

A veces me sorprendo pensando cuándo te perdí. Me convenzo de que no fue mi culpa y respiro una y otra vez, lamiendo el aire para asegurarme que estoy viva, o al menos más viva que vos. Pero no te das cuenta y seguís hablando sin cambiar la cara. No me lo decís, pero puedo ver detrás de la máscara que no te arrepientís de nada. 
Si tu mundo gira al revés, y el sol que salía antes por el este hoy ya no sé por dónde va a aparecer. Cerrás los ojos, tratando de acordarte, pero tu cabeza es una copa de la que alguien alguna vez tomó vino, pero hoy no quedan huellas de besos en el cristal.
Pestañeas, inexpresiva, con la sonrisa helada, como una mueca dolorosa en tu cara de muñeca, que alguna vez me hizo tan feliz.
Y desviando la mirada me pregunto… cuándo fue que te perdí.

Anna.